Diario vacacional pandémico. Cuatro.

Mi capacidad para los selfis no mejora pese a llevar cuatro días de vacaciones.

La familia duerme. Yo ya no. No son horas para pensar en alcohol ni en tabaco ni en pensar en salir a la terraza para no despertarles. Sí para superar el ecuador de este diario vacacional pandémico. Vamos allá.

Seis y pico de la tarde. Los niños se entretienen solos en la piscina. Ana y yo en sendas tumbonas, con unas refrescantes cañas de cerveza, bajo una palmera de pega. De repente, una sombra alada se ciñe sobre nosotros. Un graznido aterrador revienta la paz reinante. Una intrépida gaviota se ha posado a escasos centímetros de nosotros y nos ha guindado con su amenazador pico dorado un apetecible sandwich mixto situado entre ambos. Un chico catalán lo ha visto y ha dicho que qué pena no haberlo grabado.

No nos merecíamos este latrocinio. Sí, en cambio, un glotón turista italiano. Y digo esto por la escena vivida a la hora de comer en la que el susodicho ha cargado su plato de paella hasta límites insospechados. Rebosaba arroz amarillo en los bordes de su plato. El cereal y las gambas de la guarnición se erigían cual pirámide en honor a la dieta mediterránea. ¿A cuántas familias y durante cuántos años podría haber alimentado el tragaldabas transalpino con ese platao de paella, maldita sea? A él deberías haberle robado, cuatrera gaviota, en nombre la justicia social.

Más del reino animal. He entrado al agua en la playa. Al hacerlo, he sentido un leve pinchazo en el dedo gordo de mi pie izquierdo. No le he dado importancia hasta que he empezado a notar cierto cosquilleo, cierto adormecimiento en dicha falange. Ahí ya, mi hipocondríaca y calenturienta cabeza ha comenzado a funcionar a pleno gas. Y he supuesto que un ser abisal de las profundidades del mar Mediterráneo, extraviado en la orilla, me ha inoculado un potente veneno para el que, por supuesto, no existe antídoto y cuyos efectos son devastadores. Id avisando a un exorcista o algo, por favor.

Es curioso, en cambio, que, como ya dejé caer en el capítulo tres de estas memorias estivales, el dichoso coronavirus no me esté preocupando en exceso durante estos días. Quizá porque leo en torno a la negativa evolución del virus en Euskadi y los kilómetros ejercen de parapeto tranquilizador, olvidándome (y mejor) de ver cómo están las cosas en Baleares. Además, no estoy cayendo o percatándome de ciertas situaciones para las que, en verdad, en otras circunstancias (dentro de la situación pandémica), me harían estar más alerta. No negaré, con todo, que es de agradecer esta sensación proporcionada por el asueto y que, a ver, tampoco voy chupando pomos ni besándome desaforadamente con mis convecinos hoteleros.

La belleza de la costa, la belleza de los bañistas, el estilo de las casas, la sensación de naturalidad y perfección de todo el idílico escenario me llevaron a pensar ayer, paseando solo por la playa, en estar un poco fuera de lugar y en rememorar escenarios absolutamente antónimos a estos en mi adolescencia. No me extiendo ni me explico más, porque en mi cabeza ha emergido una estructura y un hilo que espero desarrollar por escrito en este mismo espacio, fuera ya del diario vacacional pandémico. Sí tengo el título: las vacaciones de las ratas. Stay tuned!

Diario vacacional pandémico. Tres.

Uno de los acróbatas que me impidió actualizar el diario anoche

La familia duerme. Yo ya no, pero lo hice anoche según llegamos a la habitación, por lo que la entrada número tres de este diario vacacional pandémico la incluyo en esta jornada número cuatro. Y es que nos fuimos un poco tarde a la cama ya que nos quedamos viendo un espectáculo de estos de variedades para toda la familia ofertado por el propio hotel. Un tipo con un horrible violín eléctrico (la vergüenza de los violines) interpretando archiconocidas canciones populares, aderezaba los interludios entre las actuaciones de dos chicas y un chico que hacían acrobacias, danzas del vientre y malabares varios.

Estuvo bien, pero a mí me divertía más mirar al respetable, al público, o sea, a la clientela del complejo turístico; parejas arregladas sin dirigirse la palabra que parecían decirse (pero no lo hacían) «¿cuándo nos vamos a la cama?»; niños y niñas sentados en el suelo bebiendo granizados azules de sabor químico; ingleses con cañones de cerveza y chupitos de whisky grabando con sus móviles la actuación entera.

Por la mañana, me llamó la atención una chica tumbada en su hamaca leyendo un libro mientras hacía grandes aspavientos y muecas y ponía expresiones como de sorpresa o emoción mientras leía. Yo no estoy teniendo excesivo tiempo para leer. Estar pendiente de dos niños es lo que tiene, claro. Aún así, en las siestas aprovecho para darle al tocho que me he traído en papel (El día del Watusi, de Casavela, para los curiosos) y por las noches, con la luz apagada, tiro del Kindle para leer relatos de Arthur Conan Doyle. No creo que ninguno de ellos me generara tan efusivas reacciones físicas como las de la chiquita esa leyendo a una tal Julia Quinn (sí, me fijé en el título de lo que leía)

Ayer ampliamos la gama de actividades: Ana hizo yoga, jugamos al pingpong (hay un crío escocés – supongo – con la camiseta del Glasgow Rangers que juega la hostia y le quiero retar) y comimos un perrito caliente a las 12:30 o así de la mañana. E hicimos un pequeño tramo del Camí de Cavalls entre las quejas y súplicas de los niños por regresar a la piscina. Antes de jubilarme, tengo que hacer esta ruta entera, del tirón.

También ampliamos tertulias: con mi amigo Dani, de la COVID (ya verás cuando volvamos a casa, me dijo… y me pregunto: ¿es el hotel una especie de burbuja profiláctica anti coronavirus del que sólo nos acordaremos cuando regresemos?) y del Baraka, claro; con una pareja asturiana, de L’Entregu, con cuyo hijo, Marco, Telmo ha hecho amistad; de patrimonio industrial y minero, de los privilegios de los vascos frente a otras comunidades porque nos los hemos peleado o por bisagras políticas, de la Revolución asturiana del 34 y del Caudal de Mieres y la UP de Langreo. Te cagas.

Hoy no he usado lo de «la familia duerme derrengada» (ni mencioné al tabaco porque no encontré el estanco). Y no lo hice porque se supone que hemos venido a descansar y porque, para cansancio, el de los trabajadores que estaban construyendo una lujosa finca a pleno sol; y el de todo el personal que nos pone copas, hamburguesas a deshoras, recoge hamacas, entretiene a las criaturas, etcétera. Los y las currelas estivales. Extraña sensación. Para que nosotros descansemos (aunque acabemos destrozados) y disfrutemos, otros están al pie del cañón. Así está montado. La industria turística. Siempre dispuesto a saludar y a agradecer a todos estos currelas su labor. Y a odiar a quien los trata con desprecio e ínfulas de superioridad que, desgraciadamente, los hay.

Diario vacacional pandémico. Dos.

Me llevo la imagen a IG con la leyenda: “imitando a Martin Parr”

La familia duerme derrengada. Hoy no escribo en la terraza, no tengo alcohol y sigo sin tabaco. Ayer, viniendo en el autobús del niño de la tos alarmante, localicé un estanco. Creo que está cerca de nuestro hotel, pero mi escasa capacidad para orientarme puede llevarme, en su búsqueda, de regreso a la península. Un clásico «se fue a por tabaco y no volvió».

Ayer también fue fantástica la casualidad de encontrarnos en el mismo complejo turístico con un amigo y su familia. Amigo de instituto y de Comunio. Vale que la isla no es muy grande, pero grande ha sido la casualidad. Muy guay compartir baños en la piscina, cervezas y cerrar traspasos. Hasta mañana, Dani.

Anoche también viví un momento entrañable. Un niño (diez u once años), italiano, de nombre Salvatore, se despedía emocionado de una de las monitoras del hotel. Entre lágrimas y saltándose las consabidas medidas de distanciamiento pandémico, abrazó a la muchacha para despedirse al ser su última noche de vacaciones en España antes de regresar a su país. Qué momentos dejan los veranos a determinadas edades, ¿verdad?

Esa misma monitora ha animado en el día de hoy a Nicolás a participar en una actividad consistente en caminar sobre una especie de tela flotante y mantener el equilibrio sobre las aguas de la piscina. Como un mesías, como una deidad. El chiquillo ha conseguido mantenerse en pie hasta zambullirse de motu propio. En eso, afotunadamente para él, no sale a padre.

Me encanta el rollo de las fotos familiares que la gente se saca de vacaciones. Y que nosotros también nos sacamos. Pero que, vistas desde fuera, son un tanto ridículas. Como la de la imagen que acompaña este texto. Ni siquiera hay niños en ella, maldita sea. Máximo respeto, pero… todos sabemos que esa instantánea se va mandar al grupo de guasap de la familia y de ahí al pobladísimo vertedero de archivos digitales.

Juegos de mesa, pingpong, bicis estáticas, yoga, magos, animadoras, comida a todas horas, alcohol, hilo musical (deleznable, excepto en el momento en que le mandaba a un amigo un audio para decírselo y justo ahí sonaba el Kiwanuka), toboganes, tumbonas, cine, cancha de tenis, de voleibol… me he puesto a pensar en la ingente oferta de ocio que ofrecen estos complejos turísticos y en esa sensación de que, si quieres, no te hace falta salir del hotel. De que estás atrapado en el recinto. Sometido a la dictadura del ocio estival. El trabajo (entendido éste como el fin de las vacaciones) os hará libres.

A pesar de ello, hemos salido. A las calas cercanas al hotel. Y miren, los que me conocen saben que lo mío no es el ir a la playa. Para nada. Sin embargo, una vez más, he de rendirme a la evidencia de que los arenales de Menorca son otra liga. Sus playas embriagan y emocionan por su belleza natural, sus aguas cristalinas, su arena fina, sus paisajes y demás tópicos (pero ciertos) que queráis añadir. Es la cuarta vez que vengo a esta isla y aunque, insisto, lo mío no son las playas, no me importaría jubilarme aquí.

Cienfiebres Musicales #44. ¡Vacaciones!

Ha llegado el momento del asueto. Me tomo vacaciones al micrófono de Cienfiebres Musicales; os doy vacaciones como oyentes de este podcast. Os las habéis ganado. Obviamente, sobre las vacaciones, el verano, el sol, la playa, las fiestas de los pueblos, los festivales y demás gira esta última fiebre de la temporada. Antes de volver a encontrarnos en septiembre, suenan:

MARIO ALBANESE: Esperando O Sol
LOS ESTANQUES: Mr. Clack
LOS GRANADIANS DEL ESPACIO EXTERIOR: Yo no supe que la amaba (hasta que la vi bailando israelites)
CECILIA ANN: Solemío
EDDIE JEFFERSON: Psychedelic Sally
JUAN MURO: Vuestro mundo
PAUL SAN MARTIN: What can I do
LOS HURACANES: El calor del verano
JJ JOHNSON: Old devil moon
ELLOS: Huesos
THE DIVINE COMEDY: Charmed life
JOSE MAURO: A viagem das horas
LAS PENAS: Hacer rabiar
WILD HONEY: Me dijeron que ya no vives aquí
FOREIGN CORRESPONDENT: The first one
THE PAINS OF BEING PURE AT HEART: Young adult friction
THE DIVINE COMEDY: Perfect lovesong
VACACIONES: En verano