
La familia descansa tras el cansancio inherente al viaje de vuelta. A nuestro regreso, también tengo terraza, wifi, alcohol y tabaco. La gran diferencia es que cambiamos los radiantes cielos mediterráneos por un brumoso ambiente cantábrico que, afortunadamente, ha originado que bajen las temperaturas que, por lo que nos han dicho, hasta hoy, han sido infernales por estos lares norteños. Tengo eso y me rodea el citado ambiente y, con todo, toca cerrar este Diario Vacacional (¿post?) Pandémico, edición 2022.
Curiosamente, este año, aunque cuando decidimos el destino veraniego sí circuló por mi cabeza esta especie de crónica de nuestro retiro menorquín, conforme se acercaba el viaje no lo veía del todo claro, no estaba especialmente motivado. Sin embargo, los comentarios de diferentes amigos y conocidos, animándome a reeditar este diario, finalmente me llevó a hacerlo. Lo que quiero decir, en definitiva, es que la motivación de este diario estival ha tenido, al principio, un carácter extrínseco. Sin embargo, con el paso de los días he vuelto a gozar haciendo estos personales relatos de lo que es pasar unos días de asueto en un complejo hotelero dedicado al turismo familiar, obteniendo, a la postre, una motivación fundamentalmente intrínseca.
Curiosamente, esta particular sensación respecto a sentarme a escribir estas bobadas, ha ido a la par con mi percepción de nuestra estancia en dicho espacio. Creo que algo así os vine a contar en la entrada del tercer día de este diario. La rutina vacacional, la repetición de las actividades, un extraño sentimiento como de… no sé como decirlo… ¿decadencia?… se apoderó de mí y de la Dueña en las primeras jornadas… ¿qué cambió para que a partir, diría yo, del tercer día esa percepción empezase a cambiar, para que empezásemos a disfrutar un poco más de estas reiterativas vacaciones?
Pues la verdad sea dicha, no lo sé. Creo que el disfrute absolutamente sencillo de la playa (este año la hemos disfrutado mucho más que el año pasado), sin pretensiones, el mero hecho de jugar con los críos a las palas sin control, las conversaciones con algunos convecinos, el ver disfrutar a los niños con iguales… pues no sé, supongo que la gran clave puede ser esa. Es decir, si ellos disfrutan, hay un alto porcentaje de que nosotros disfrutemos. Que sí, que podríamos aprovechar a hacer otras cosas, otros planes, otras historias… sí, claro, y las haremos (y las hacemos) y nos buscaremos nuestros huecos propios, personales, no familiares… pero todo eso siendo conscientes que, del mismo modo, seguramente, repetiremos este plan, al igual que lo hemos repetido este año.
Así pues, ¿qué decir de la última jornada? Pues no tomé muchas notas en la clave de los días anteriores… y nada… pues que nos ha dado mucha pena no despedirnos de Anna, la niña italiana, y sus padres, encantadores; que a Nicolás le ha dado mucha rabia tener que marcharse y no poder seguir jugando con los amigos gallegos que ha hecho; que tendremos que aprender a hacer el cocktail San Francisco en casa y tomárnoslo Ana y yo a cara perro mientras los críos ven una peli… y poco más, que, al final, se ha disfrutado de esta semana, que he disfrutado de este diario y que espero no haber aburrido mucho al personal. Supongo que este tipo de textos, igual que este tipo de vacaciones, los repetiré en el futuro. Hasta entonces, pues.