The Velvet Underground: European Son. Mi Banda Sonora.

[Esta entrada la escribí un 26 de julio de 2012 en La Furgoneta Azul bajo una (fallida, en mi actual opinión) etiqueta llamada Biocríticas, en la cual pretendía revisar determinadas obras discográficas pero lejos de los habituales parámetros para hacer críticas. En fin, que es un poco, más o menos, lo que he hecho otras veces aquí, en Cienfiebres, bajo el hashtag Mi Banda Sonora y bueno, pues por eso la traigo aquí]

Txozna. Especie de caseta destinada al jolgorio, a la venta de bebidas alcohólicas y bocadillos que suelen poblar los recintos festivos de la gran mayoría de las localidades del País Vasco. Normalmente suelen estar montadas por comparsas, peñas, asociaciones, clubes y demás entidades de los diferentes pueblos.

Las txoznas huelen a alcohol, a orina, a porro y a desinfectante; en las txoznas se te pegan las manos a la frenética barra en la que el trasiego de bebida arroja líquido elemento a la misma o se te pegan los pies al piso haciendo que tu calzado adquiera el superpoder de mantenerse pegado al mismo, cual hombre mosca escalador de edificios. Las txoznas se decoran, la mayor parte de las veces, con motivos que definen a las organizaciones que las montan y también ha solido estar asociada a un carácter eminentemente reivindicativo, como sede temporal, a pie de calle, de ideologías que siempre, todo hay que decirlo, se han basado, precisamente en la ocupación del espacio público como lugar destinado a la acción social. Las txoznas saben, evidentemente, a cerveza y kalimotxo, servidos en katxis y vendidos por arrobas.

Las txoznas son fiesta y, como tal, la música ha de estar garantizada. Y, en este sentido, las txoznas suenan (o sonaban), durante mucho tiempo, a la reposición continua de grandes éxitos de ese denominado, durante muchos años, Rock Radical Vasco, con clásicos de la escena como MCD, La Polla, Kortatu, Platero, etc… O sucedáneos del estilo de Mano Negra. Sonidos que, poco a poco, se fueron “abriendo” al pachangueo habitual de muchos bares al uso.

Hace muchos años mis amigos y yo también tuvimos una txozna y, aunque coincidía casi en la totalidad de las características descritas, puedo decir, sin querer pecar de presuntuoso, que, al menos, en lo que al oído hace referencia, algo cambiamos.

La txozna del BST. Así se llamaba. La txozna del Barakaldo Skate Taldea, decorada con viejos Sancheskis colgados cual jamones y comprados prácticamente al peso en un Cash & Converters. Txozna en la que también se servía kalimotxo y cerveza, en la que tampoco olía especialmente bien y en la que, a determinadas horas, los pies se quedaban pegados al suelo como en las demás. Pero era una txozna, a finales de los años 90, en los que la mayor parte de los que la componíamos, casualmente, pasábamos de la música que habitualmente se escuchaba en el resto o, mejor dicho, coincidíamos en una serie de estilos que distaban de la banda sonora habitual ya anteriormente explicada.

Hardcore, claro (es una txozna de skate). De sus altavoces salían los rabiosos acordes de bandas como Ranzid, Offspring, Fugazi o incluso de grupos más desconocidos que comenzaban a eclosionar en Barcelona, en el sello B-CORE: From Head to Toe, Aina… Indie. Desde Los Fresones Rebeldes pasando por Los Planetas o Australian Blonde, de las Udershakers a Sexy Sadie…. se abusó de la explosión de la música independiente de aquellos años para garantizarnos, noche tras noche, la presencia de los pocos que, por aquella época, disfrutaban de estos estilos en Barakaldo. Las matinales punk… Quizá la concesión más cercana a los sonidos que comentábamos unos párrafos más arriba… Dar la bienvenida al amanecer con Eskorbuto, Rip o Cikatriz fue otro de los santo y seña que nos definieron durante aquellas fiestas. Y clásicos. Algún veterano y talludito integrante del BST también quiso llevar sus discos de los Rolling, los Beatles o la Velvet por si, de alguna manera, lográbamos captar entre nuestro efímero público a alguien que gustase de estos sonidos.

Y he aquí que, una noche, quiero pensar que de un día entre semana, el propietario del disco ‘The Velvet Undergound & Nico’ de The Velvet Undergound decide pincharlo, cuando, eso sí, la afluencia de gente al BST era menor. El álbum sonó entero mientras el grupo que formábamos el stage de la txozna degustábamos un delicioso (pongan todas las comillas del mundo) bocata de lomo o bacon, acompañado de un katxi de cerveza. Sentados en el bordillo de la acera que circundaba la parcela que se nos había asignado, dejando a la persona o personas que en ese momento tenían turno de barra. En estas identificamos a dos habituales de las anteriormente mencionadas matinales punks: dos yonkis, chico y chica, con unas cuantas copas de más o tiritos de más o chutes de más. Dos chicos que la noche/mañana anterior habían cantado, botado, bailado, gritado al son de los Distorisón o los Putakaska, fidelizándoles, de esta forma, para el resto de las fiestas. Pero he aquí, que una canción, un sólo tema, los ahuyentaría para siempre…

Llegaron cuando el lector digital de nuestro equipo de música iniciaba el barrido a la última pista del CD ‘The Velvet Underground & Nico’, esto es, cuando arrancaba ‘European Son’; probablemente, no lo recuerdo bien, ya habían pedido y habían comenzado a departir con los que estaban en la txozna, rememorando la matinal… Cuando el comienzo del mencionado tema deja entrever la voz de Lou Reed y parece que estamos ante una canción convencional… Pero en la medida en que avanzaba el largo minutaje de ‘European Son’, la cosa se iba complicando y las caras de los casuales protagonistas, sobre todo de ella, iba virando…

Muchos podrían pensar que este tema de la Velvet es el clásico que fue concebido para ser degustado en pleno colocón pero empíricamente demostramos esa noche que no; ella fue la primera en inquirir que algo pasaba, que algo sucedía y, en un primer momento, lo asoció a problemas técnicos.

– “Chicos” – exclamó – “creo que se os ha estropeado el aparato de música”.

La respuesta fue negativa. No: la canción es así.

Ante dicha contestación comenzaron a sonar improperios, emergieron peticiones para quitar esa basura y para que sonase Eskorbuto. Pero parece que era una noche de experimentación y se optó por no transigir ante las peticiones del cliente (que no siempre tiene la razón) y por acabar en su totalidad el referencial disco.

Y sí, acabaron por huir. Perdimos dos clientes. Hicimos sonar un tema que dudo mucho, permítanme, haya sonado alguna vez en ninguna otra txozna. Descubrimos que las percepciones de los oyentes pueden llevar a interpretar que una canción, aún compuesta por un genio del rock e incluída en uno de los discos más venerados del género, no es tal, si no un fallo técnico, un “creo que se os ha estropeado el aparato de la música, chicos”. Una percepción que genera una anécdota, un comentario, un escrito basado en una noche de verano de 1998 o 1999, no recuerdo bien, junto a una txozna de skate, en las fiestas del pueblo.

4 de julio (2009). Mi Banda Sonora.

Toda la peña poteando en Zaballa y cenando bocatas en Gernikako Arbola. Yo arriesgando con los tragos y ella recogida pronto para prevenir ojeras. El viernes 3 de julio hizo un calor sofocante. El 4 ya, tal.

Nunca había dormido en la casa de Pedro y Bego, en la cama de Adrián. Mi hermano me despertó y me confirmó que, efectivamente, ya tal.

Yendo a casa, a mi casa – y es que la casa de los padres siempre será la casa de uno – no veía Sestao. Era un día gris, cargado, abigarrado por las nubes y que anticipaba lluvia. Los pronósticos no se equivocaban.

Desayuno con mi tío, con mis padres, con Judith. Y un cigarro con Vanessa, mi sobrina. Llevaba cerca de once meses sin fumar. Hoy, 4 de julio, sabía, lo sabía desde hacía semanas, que iba a recaer.

Llega David. David retrata una casa en modo zafarrancho. Un piso de apenas 70 metros en el que hay demasiada gente acicalándose. No muchos nervios. Los justos. Me fumo otro cigarro. Ya sabía yo que iba a recaer hoy. Once meses.

Mi hermano Jose ha lavado el coche. Me ha lavado el coche. Mi coche. En él me lleva. A mí y a mis padres.

Y allí están todos. Mi cuadrilla. Su cuadrilla. Mi familia. Su familia.

Cuando ella llega vuelvo a notar unas mariposas en el estómago. O algo así. Una sensación, confesémoslo, que había ido desapareciendo conforme iba pasando el tiempo. Algo normal, algo asumido que hoy, 4 de julio, en cambio, renace. Curioso.

Noemí y sus compañeros han adaptado maravillosamente bien una serie de canciones a cuarteto de cuerda. «Svefn-g-englar» de Sigur Ros; «Wathever» de Oasis; «All you need is love» de los Beatles; «Lovers in Japan» de Coldplay. No en ese orden. Y puede que me deje alguna. Los nervios. Los justos.

David retrata a los recién casados, nos retrata, en un parque húmedo, mojado. David retrata a los invitados en el mismo parque. Algunos invitados beben ya en los bares cercanos al parque.

El coche de Alfredo nos conduce a la torre. La torre desde la que vemos el pueblo. Mi pueblo. Nuestro pueblo. No vemos Sestao. No vemos La Arboleda. No vemos casi Cruces. El sábado 4 de julio ya, tal. Los pronósticos no se equivocaban.

La torre tiene una terraza. Una terraza desde la que compartimos vino y viandas. Y besos y abrazos. Y primeras charlas. Y primera sensación de que hoy estamos con todos y con nadie. Y más cigarros. Llevaba once meses sin fumar. Sabía que hoy iba a recaer.

Entramos al comedor gesticulando absurdamente – al menos, yo – al ritmo de «Viva la Vida» en una versión en directo. Caluroso recibimiento. El evento influye, claro, pero creo que la canción es determinante. De hecho, se convierte en la canción, en la banda sonora del 4 de julio. El vino también influye.

La gente se va (nos vamos) a emborrachar. Es una comida larga, muy larga, con mucho tiempo entre platos. Un tiempo que se llena de plática y de alcohol. Estoy extasiado. Afuera, en la terraza de la torre, llueve. Estoy extasiado. Estoy feliz.

No es un vals. Es «All you need is love». Se han roto las hostilidades lúdicas con esa canción. Las hemos roto con esa canción.

Y no sé. Intentamos que la mayoría de la gente tenga su canción. Todas ellas formarán mi banda sonora del 4 de julio. A saber… «Real gone kid» de Deacon Blue para Pedro; una de Miguel Bosé para José; ¿Los Pecos para Loli?; mi padre se desgañita con mi suegro cantando «Soy Minero» de Antonio Molina; Judith tiene el «Satisfaction» de los Stones; Eneko «Live Forever» de Oasis; David el «Rock’n’roll» de la Velvet; Raúl tiene «Hoppípolla» de Sigur Ros (produciéndose un gran momento con todo el mundo sentado en el suelo); Javi tiene «El pasaporte» de Los Brincos (que yo descubrí en su boda); Rober tiene a Depeche Mode o a Héroes del Silencio (o a los dos); Diego (y su aclamada mariquita en la solapa) se luce con el Fary (true story); «Un buen día» de Los Planetas para muchos; y muchos otros tienen más pero no me acuerdo; no son todas las que están o no están todas las que son. Los nervios. Los justos.

Algunos de mis amigos han roto una mesa; Ana y yo subimos a una silla; se sacan pintxos que apenas se comen; estoy sudando; la gente se va a los bares; nosotros también. Estoy haciendo algo que siempre me había parecido ridículo; afuera, en la terraza de la torre, llueve. Estoy extasiado. Estoy feliz.

El domingo 5 de julio muchos se han descargado como tono de móvil «Viva la Vida» de Coldplay. No en la versión en directo que triunfó ayer. No era una canción pensada para nadie y, sin embargo, se acabó convirtiendo en la canción de todos. Una canción a la que le tenía un poco de tirria por la excesiva saturación, por habérmela tragado día, tarde y noche en la radio del coche que alquilamos cuando fuimos a la Toscana y que sólo sintonizaba bien una emisora italiana que, como digo, emitía a todas horas el hit de Chris Martin y compañía. Una canción que, sin embargo, se acabó convirtiendo en la banda sonora del sábado 4 de julio de 2009.

* Sí, hubiera quedado guay haberla publicado el pasado sábado pero no era plan.

17 de febrero. Mi banda sonora.

Como otras mañanas, me despierto con una melodía en la cabeza. En esta ocasión, la de la canción «The right thing right» de Johnny Marr. ¿La razón? No sé, supongo que la escuché ayer al incluirla en «A house is not a home», playlist de Spotify en la que estoy recopilando todos los discos y singles que tengo en casa y que están en dicha plataforma, seleccionando una canción de cada uno de ellos. Ya falta poco para que la comparta con más ahínco. Prometo hacerlo cuando la acabe. Lo que sí me estoy dando cuenta es de que tengo mogollón de morralla en casa. Pero es mi morralla. Son discos que forman parte de mi biografía aunque ahora estén envejeciendo como el culo o sean álbumes que ahora me dan un poco de vergüencica. Pero ahí estarán, en la mencionada playlist y sólo desaparecerán de ella cuando venda alguno. He dicho. Por dónde iba… Sí… Johnny Marr. Bueno, pues a diferencia de jornadas precedentes no he puesto dicho tema pero sí algo parecido, el «Don’t forget who you are» de Miles Kane. A todo volumen, para despertar bien a los vecinos.

Del sonido del mozalbete scouser se podía acudir fácilmente a una de sus más evidentes influencias, los Beatles, y así lo he hecho, poniendo de acompañamiento para la ducha uno de mis favoritos de los Fab Four, el «Rubber Soul». Y luego, antes de marchar, algunas canciones de un recopilatorio que hay por casa de los Birds (con i latina) para acabar de activarnos del todo.

Este 17 de febrero ha acabado por ser muy alegre gracias a la llegada de Ane. Me habrá pillado sensiblón o lo que sea pero el caso es que el nacimiento de la hija de David y Mariló me ha emocionado. Amén de las consabidas felicitaciones, he querido homenajear a la recién llegada poniendo un disco de una de las bandas que más gustan al feliz aita, la Velvet Underground. El icónico primer trabajo de los neoyorkinos liderados por Lou Reed ha sonado a última hora dedicado a esta nueva miembro de la cuadrilla.

Esta ha sido la banda sonora de mi 17 de febrero de 2015.