Confieso que soy de los que no guardan los discos en su sitio correspondiente después de escucharlos. En mi caso, suelen quedarse uno, dos o varios días generalmente encima de la mesa del comedor, en función del nivel de paciencia de La Dueña, que para esas cosas suele ser más ordenada.
El caso es que hoy al ir a recoger los de ayer, viéndolos así, en la mesa, he pensado que esta costumbre puede servirme para retomar aquella especie de conato de diario musical que fue Mi Banda Sonora, aunque sea en un formato exclusivamente gráfico.
Dicho lo cual, ésta (la de la foto) fue mi banda sonora de ayer, sábado, 13 de junio de 2020.
Ya que hoy ha sido día de txupines, me voy a poner petardo y voy a compartir, como cada mes, en dos cómodos plazos, lo que han sido las fiebres musicales que me han sacudido y las bandas sonoras que han conformado, en este caso, el de junio. Y como se me acaban las paridas con las que hacer la introducción, dejo de introduciros y pasamos a la acción…
En la lonja, bajera, cuarto, local, llámenlo equis, que tuvimos mi cuadrilla y yo hace cosa de veinte años, un enorme póster de Eskorbuto presidía la, digamos, sala de estar. La imagen en cuestión reproducía la portada del disco «Impuesto revolucionario», en la cual los Iosu, Juanma y Pako aparecían caricaturizados. En aquella época, la banda santurtziarra era de las que más sonaban en la lonja. Competía por el número uno con Extremoduro (y alguna cosilla onda hardcore en plan Rancid y así) y también con los que abanderábamos la vertiente más pop del habitáculo, que insistíamos en pinchar a los Oasis o a Los Planetas, qué sé yo.
Como podréis intuir, yo formaba parte más de ese segundo grupo y, por ende, solía hacer caso omiso a las propuestas del bando rival y, por tanto, Eskorbuto no me despertaba gran interés. Tampoco es que me desagradasen. Además, en cierta forma, me agradaba reconocerles como una especie de símbolo o icono de una comarca como la nuestra, la de la margen izquierda del Nervión. Pero hasta ahí.
El caso es que, como ya he contado en alguna que otra ocasión, ahora, con 39 palos, me veo atraído por sonidos que, teóricamente, son más lógicos – si es que se puede hablar en esos términos – en otras etapas. Y entre ellos, de un tiempo a esta parte, la vida y obra de los malogrados santurtziarras me ha llamado la atención sobremanera. Tal es así que la emisión, el pasado 31 de mayo, de un especial dedicado a los Eskorbuto en El Sótano de Radio 3, disparó mi fiebre a altas temperaturas y durante unos cuantos días del pasado junio me he detenido mucho más en escucharles, leer sus letras, ver vídeos y demás… y, precisamente, analizándolos ahora desde la perspectiva que da la edad puedo concluir que, efectivamente, me parece perfectamente lógico y compatible que me puedan gustar en la actualidad.
Dado que me he venido arriba con la primera de las febrículas de junio, en la presente seré más breve. Carlos pone en su muro de Facebook el clásico corte 60’s «I can’t let Maggie go» de los Honeybus. Yo recuerdo la cara B de ese single, ese maravilloso trallazo beat que es «Tender are the ashes». Llego a casa, me pongo el CD grandes éxitos que tengo por ahí y que me tosté del original que vendíamos en la tienda de discos y me tiro otro par de días enfebrecido ahondando en una de esas bandas que no tuvieron el impacto de muchas de sus coetáneas pero que merece la pena revisar y redescubrir.
Tercera fiebre: tiramos de tópico y abuso de los dos puntos: a cada escucha del último trabajo de los hermanos Reid, éste gana. Se va a convertir en uno de los discos del año para este que escribe y, por tanto, en una de las fiebres de 2017, no sólo del mes de junio. Además, he de admitir que empecé con el «Damage and joy» de los Jesus & Mary Chain con ciertas reservas porque algunas críticas leídas lo llegaba a tildar, en general, de medianía. Quizá a muchos de los que lo ven así, este regreso les pueda parecer excesivamente «accesible». Bendita accesibilidad, añado. Canciones de rock clásico, con guitarras marca de la casa, canciones redondas, una tras otra, muy bien cohesionadas y algunas llamadas a convertirse en himnos del año («All things pass», «Always sad», «The two of us»…) En fin, fiebre total con este álbum.
Creo que fue el hilo musical de una tienda, no recuerdo ahora cuál. Soul elegante, elegantísimo. Y sí, no lo negaré: usé Shazam. Tenía que reconocer qué sonaba. Y era él, al que muchos de los entendidos en la materia negra le califican como el puto amo: Mr. Al Green. Y de la tienda en cuestión a una hipertermia de puta madre. Y a explorar un poco más en la figura de uno de esos nombres que siempre estuvo ahí pero en el que nunca me detuve, como buen cienfebrista. Y de ahí a encargar dos de sus álbumes básicos para que pasen a formar parte de mi colección y a secundar a los expertos: el puto amo.
Y ya. Lo dejamos aquí porque no hubo mucho más que me enalteciera en demasía los pasados 30 días y porque tampoco es plan de que nos dé aquí, junto al teclado, el día de San Fermín. Mañana (si es posible) vuelvo con lo descubierto. Ale pues.