«¿Cómo será en un año (si todavía está aquí)?». Trump: un mes (un año) entre nosotros.

«¿Cómo será Trump en un año (si todavía está aquí)?». Seth se hacía esa pregunta hace aproximadamente unos 10 u 11 meses. Se la hacía, a modo de reflexión, contestándome a mí. Respondiendo a una serie de preguntas que lancé a unas cuantas personas residentes en los EE.UU. con motivo de la llegada al poder del histriónico personaje. El caso es que ayer, 20 de enero de 2018, se cumplió el año. Y sí: Trump sigue aquí, entre nosotros. Entre ellos, sobre todo.

Trump: un mes entre nosotros. Así había pensado titular aquello. La llegada a la Casa Blanca de Donald Trump ya había generado ríos de tinta y de bits semanas antes de su proclamación, desde que se supo que había ganado las elecciones e incluso antes. Dicha atención mediática (a nivel mundial) y las peculiares características que describían al mandatario, me llamaban poderosamente la atención, al menos desde el punto de vista de querer saber si ese eco y todo lo que le rodeaba, tenía reflejo en la percepción del día a día de personas residentes en dicho país. Por ello, tiré de algunos contactos que andan por allí y me planteé resolver esa duda. Darles un mes (o algo más) para ver qué me decían al respecto de la nueva era.

Como buen cienfebrista (bueno, siendo benévolo conmigo mismo, por falta de tiempo), todo quedó en agua de borrajas. A pesar de ello, hoy, en pleno primer aniversario de su investidura, he revisado mis borradores del ordenador y me he decidido a, por qué no, compartir en este espacio precisamente eso, ese borrador inicial sin finiquitar y, a continuación, algunos de los titulares que mis fuentes me dejaron al respecto y que, como digo, no acabaron en dicho documento. Os dejo con ello (y sí, ya sé que podía haber intentado acabarlo pero – odio decir esto – es lo que hay) recordando, como digo, que tanto lo escrito como lo recogido tiene en torno a 9 o 10 meses de antigüedad, es decir, no sé si dicho periodo podría haber alterado las impresiones de mis contactos.

El pasado 20 de enero de 2017, Donald J. Trump se convertía en el 45º presidente de los EE.UU. El multimillonario empresario y estrella de la televisión asumía un frío viernes de invierno el cetro de emperador mundial, lanzando un encendido discurso de tintes claramente nacionalistas que obtuvo réplicas ciudadanas en forma de marchas, manifestaciones y demás protestas.

A partir de ahí, la polémica no ha dejado de perseguir al mandatario a raíz de los decretos que ha firmado, de las leyes que trata de promulgar o los disparos que realiza a 140 caracteres desde la red social Twitter. Y esta polémica, esta continua actividad, ha generado un incansable seguimiento mediático y, por lo tanto, una presencia casi constante en la actualidad mundial durante este tiempo.

En este sentido, siempre he tenido la sensación, cuando se han producido grandes cambios políticos, que, a nivel cotidiano, no cambiaba nada. O, al menos, en el corto plazo. O sea, los cambios “macro” del recién llegado se producen y, efectivamente, pueden alterar muchas cosas pero, como decía, al menos mi día a día tampoco cambiaba tanto.

Claro que los cambios que yo he podido vivir en primera persona quizá no han sido para tanto o, dicho de otro modo, el sustituido y el sustituyente no diferían tanto entre sí. A lo mejor, cuando acabó el franquismo y se consolidó la democracia, ahí sí se notarían cambios en la calle, en los hogares, en las empresas… de forma inmediata. Digo yo.

Ese contraste entre el cambio político y la sensación de que la cosa no variaba tanto también se genera por el bombo que, normalmente, se le dan a esas permutas. Es decir, los periódicos, revistas, programas de televisión y demás generan (o en mí, al menos, lo consiguen) una expectación ante el cambio que luego no se corresponde con la realidad cotidiana y cortoplacista. Curiosidad o expectativa que, evidentemente, también se encargan de generar los propios candidatos.

A pesar de ello y volviendo al magnate estadounidense, su constante presencia mediática, sus polémicas decisiones, sus vehementes declaraciones, las movilizaciones y respuestas que está provocando, etcétera, lleva a preguntarme si, quizá, esta vez, de forma más evidente o inmediata y con la perspectiva que da el tiempo que lleva entre nosotros, se estará notando algo distinto en el día a día de la ciudadanía, de las personas de a pie.

Por ello, dado que la distancia geográfica me impide comprobarlo in situ, he decidido acudir a personas que viven en los Estados Unidos. Hombres y mujeres que están experimentando estos primeros días de la era Trump, desde un punto de vista personal y subjetivo, basado, obviamente, en su propia realidad, para tratar de aclarar(me) esas dudas.

En este sentido me ha llamado la atención el hecho de que algunos de los que he preguntado han recibido tal impacto con el acceso de Trump al despacho oval que han preferido no calentarse más con el tema. Es el caso de Yuri, antiguo compañero de tertulia radiofónica instalado desde hace unos años en diferentes ciudades de EEUU, que me dijo lo siguiente: “Tras el palo anímico que ha supuesto verle llegar a la Casa Blanca, no tengo cuerpo ni interés alguno en darle coba a este señor”. Una lástima no contar con las opiniones de este amigo.

Como decía, el golpe paralizador no sólo ha afectado al bueno de Yuri. Uge, periodista de Gernika que también lleva viviendo unos cuantos años en la costa Este americana (primero Nueva York, ahora Boston), también se ha mostrado consternado con la victoria del polémico candidato republicano. “Trump me descoloca la agenda a diario”, confiesa. Otro efecto de este nombramiento lo está viviendo a través de las reacciones de su hija de cuatro años: “Por lo pronto, mi hija mayor está aprendiendo de política. Dice que no le gusta Trump y que prefiere el otro”.

Además del amigo Uge, he tenido la suerte de contar con otros dos contactos que residen en la ciudad de Boston. Uno de ellos es la compañera y amiga Noelia, educadora social que reside en la mencionada urbe de la costa Este y que, atendiendo a sus respuestas, sí que parece que está empezando a vislumbrar consecuencias negativas en la era Trump. “Cambridge y Boston son ciudades refugio en las cuales las autoridades municipales no colaboran con la política de Trump. La respuesta del presidente ha sido comenzar a hacer redadas por parte de los de inmigración, especialmente pidiendo los papeles a ciudadanos que parezcan latinos. Esta comunidad está consternada y tiene miedo”.

El otro bostoniano que ha tenido a bien participar y contestar mis breves preguntas ha sido Jim, un hombre del rock, vendedor de electrodomésticos, de las afueras de la ciudad, con amigos en común conmigo y que, ojo, es el único de los participantes en este artefacto que se posiciona sin ambages del lado pro-Trump. “Sí, voté por él. Admito que en lo que lleva, ha cometido algunos errores pero creo que, en cuanto pase un poco de tiempo y con la ayuda de las personas adecuadas, estaremos bien”.

Además de Jim, he tenido la oportunidad de preguntar a otro estadounidense al respecto del que es su nuevo presidente. Al igual que Jim, el lazo común que me une con Seth es la música ya que toca en un grupo que ha actuado varias veces en España. Seth reside en una pequeña ciudad de Carolina del Norte llamada Mocksville. A diferencia de Jim, Seth es muy crítico con Trump y su gabinete. “Es incluso peor de lo que pensé que sería y eso que ya creía que iba a ser un maldito desastre.Trump no está interesado en nada más que ver noticias por cable, twittear y hacer reuniones de campaña”.

Con esta afirmación de Seth no coincide el último contacto que ha tenido a bien saciar mi curiosidad. En esta ocasión, se trata de un científico cordobés, Paco, que ha vivido casi veinte años en Washington DC y que, aunque ha regresado a España hace escaso tiempo, sigue con inusitada atención lo que ocurre al otro lado del Atlántico. “En realidad no ha sido algo inesperado, ya que sabíamos cómo se comportaba. La sensación que yo tengo es que Trump en lo primero que piensa es en sí mismo, después en sí mismo, y más después en sí mismo. Desde mi punto de vista es un narcisista patológico”.

Hechas las presentaciones y avanzados los posicionamientos previos de los encuestados, les insisto en el día a día. Qué ven, qué escuchan, qué perciben en este nuevo tiempo. Así, Noelia admite no haber tenido ningún problema, aunque sí cree haber notado malas caras en alguna tienda “porque, al hablar, mi acento me delata”. “Creo que los que tenían un posicionamiento negativo contra los inmigrantes se sienten más legitimados con Trump en el poder y ahora pueden expresarse de una manera más clara y directa en contra de ciertas personas en el país”. A pesar de ello, la compañera se consuela por vivir en Boston. “Por suerte, esta ciudad es demócrata y no estoy en Winsconsin o Texas, algo que modificaría seguramente mi relato”.

Por su parte, Jim, otro de los bostonianos del artículo, confiesa sentirse bien bajo el mandato de Trump. “Tengo la suerte de tener trabajo y eso me permite mantener a mi familia alejada de la política. Los que no votaron por Trump creen que esto es el fin del mundo. Pasó lo mismo durante los últimos ocho años con Obama. O sea, América y el mundo estarán bien”.

Como os decía al principio, hasta aquí llegó el texto que redacté sin pulir. A continuación, en un acto de generosidad, os dejo con algunos de los fragmentos destacados que, en mi opinión, me dejaron mis contactos. Los pego tal cual, sin mayor edición:

Noelia:

Las redadas se han dado mayoritariamente en el metro, cosa lógica porque aquí nieva y hace frío como para poder encontrar a mucha gente en la calle, en el metro es donde se concentra más gente. Aquí nos hemos manifestado y hay colectivos jóvenes que están empezando a expresar su disconformidad también de forma artística haciendo exposiciones con dibujos y pinturas reivindicativas.

Trump ganó porque aquí hay mucha gente que literalmente odia a Hillary y la alternativa ha sido para ellos lo menos malo, no lo bueno.

Además de eso se unen factores socioeconómicos como un cambio a nivel mundial del modo de producción. Las grandes empresas como General Motors, las del acero, etc, se han ido a pique porque actualmente hemos pasado de una sociedad industrial a una sociedad postindustrial pero esa gente que se ha quedado en paro no ha sabido como reciclarse ya que son zonas donde hay poco trabajo y además aquí estudiar es muy caro. Quieren una solución ya y en este hombre de negocios creen que pueden encontrar la solución a sus problemas.

Lo positivo de todo esto es que la ciudadanía se está moviendo y movilizando como nunca. Desde la lucha por los derechos civiles y las manifestaciones en contra de la guerra del Vietnam la gente no salía de esta manera a la calle. Eso es positivo porque hace que la gente ponga límites al poder, se una con sus semejantes en la comunidad por un mismo fin.

Uge:

En los sindicatos y las organizaciones de la sociedad civil hemos estado trabajando a destajo para parar la nominación de Andrew Puzder a la Secretaría de Trabajo, algo así como el Ministro de Trabajo de Trump. Un ejecutivo de restaurantes de comida rápida, opuesto a la subida del salario mínimo, que ha dicho que los robots son mejores empleados que las personas: «They’re always polite, they always upsell, they never take a vacation, they never show up late, there’s never a slip-and-fall, or an age, sex, or race discrimination case,» Puzder previously said in an interview with Business Insider.

Pararlo ha requerido un nivel de movilización en la calle que no se veía desde hace tiempo. Una pequeña victoria para el movimiento sindical en la era Trump.

Jim:

El mayor cambio con Trump será en los negocios. Con la relajación de las regulaciones y los recortes de impuestos las empresas empezarán a invertir dinero otra vez, empezarán a contratar gente y pagarán más impuestos, con los que podremos rebajar la deuda. Creo que su experiencia en los negocios se impondrá al final, aunque deberá rodearse de gente experimentada para llevar a buen puerto las gestiones del día a día.

(sobre las movilizaciones de buena parte de la población tras la investidura de Trump) Este es un país democrático y la gente ha hablado. No se vio nada parecido en los últimos 8 años con Obama… Hay un pequeño grupo que siempre empieza los disturbios, seguramente del bando perdedor. Nada justifica la violencia ni esta reacción ante unas elecciones que fueron ganadas de forma clara y legítima.

Trump ganó porque ofreció una alternativa frente a algo que no había funcionado durante mucho tiempo. La gente quería cambio.

Seth:

Trump y su «equipo» mentirán desde lo más pequeño a lo más importante, e incluso cuando se les presenta la evidencia de la verdad, simplemente dirán que es «noticia falsa» y continuarán mintiendo.

Su responsable de Educación está totalmente en contra de la educación pública y quiere que la educación religiosa obtenga dinero de los contribuyentes. Su jefe del Departamento de Protección Ambiental ha estado luchando contra todas y cada una de las regulaciones para ayudar a proteger el medio ambiente. Su Secretario de Estado es el ex jefe de Exxon que tiene profundos lazos con Rusia. Y las pocas políticas que ha intentado hasta ahora (una prohibición de que entren musulmanes en el país, nuevos oleoductos, retrocesos en la protección de los consumidores de Obama en los bancos) son increíblemente horribles. ¡Trump hace que George W. Bush se parezca a Franklin Roosevelt!

Su llegada al poder aún no me ha afectado personalmente, (más allá de enfadarme mucho, jajaja) pero si algunas de las cosas que él propone se cumplen, tendrán un efecto profundo en mucha gente por generaciones. Las personas pueden perder su atención médica, por ejemplo.

Casi todos los que conozco sienten que nuestro país está al borde de un precipicio. No creo que exageren. Trump se está comportando como un dictador y solo lleva en el cargo un mes. Está atacando a los medios, afirmando que cualquier noticia o encuesta que no sea positiva para él es mentira, que son «falsas». Dijo que los medios son «el enemigo del pueblo estadounidense». Este es el tipo de cosas que Stalin u otros dictadores hicieron. Y miente constantemente. ¿Cómo será en un año (si todavía está aquí)?

El medio ambiente será destruido, las personas perderán la atención médica, las grandes empresas tendrán un reinado libre para hacer lo que quieran sin consecuencias, y nuestras libertades civiles se verán erosionadas. Nuestras relaciones con nuestros aliados democráticos (los que quedan) se deshilacharán, y Estados Unidos podría aislarse en el mundo.

Paco:

Como yo, muchos no creímos que ganaría las primarias republicanas, y mucho menos la elección a presidente. Viendo lo visto, esto nos hace pensar que la política tradicional y sobre todo los políticos tradicionales no han sabido llegar a las personas. Esto se puede explicar por muchos factores: falta de empatía con las personas de a pie, corrupción a muchos niveles, endogamia, sensación de lejanía del representado de su representante, etc.

Por lo poco que he hablado con la gente que conocía en D.C. están preocupados, pero a la vez un poco esperanzados en que el sistema de poderes y contrapoderes americano funcione y la presidencia de Trump no llegue a ser algo realmente desastroso. Y ya lo hemos visto en como los tribunales han parado su decreto de prohibir la entrada a ciudadanos de 7 países. También en como la prensa ha forzado la dimisión de Michael Flynn como consejero de seguridad nacional por sus conversaciones con el embajador ruso siendo todavía presidente Obama.

Personalmente me preocupa la facilidad de él y de los que les rodean de decir mentiras sin el más mínimo rubor, la relación de admiración que tiene por una persona tan poco democrática como Vladimir Putin, su deseo de que la Unión Europea se desmorone, y su oratoria divisiva y excluyente. Las palabras pueden ser realmente dañinas. Me preocupa que inicie una carrera armamentística nuclear, deportación masiva, que no respete para nada los descubrimientos científicos en cosas tan importantes como el cambio climático.

Creo que Trump ganó, no porque se votará a él, sino que mucha gente votó anti-algo. Y ese algo estaba personificado en Hillary Clinton, una candidata del “stablishment”. Además Hillary Clinton no era tampoco una candidata que pudiéramos considerar excelente.

Su política creará más puestos de trabajo. Es posible. No sé. También tendrá que ver el resto de la situación económica mundial. Y me preocupa mucho las desigualdades que se puedan generar con su política. Pero para esto hay que dar más tiempo. En política internacional no sé que pasará. Con May en UK, y con la posibilidad de Le Pen ganar las elecciones presidenciales en Francia, y otros en Europa, junto con el deseo manifiesto de Putin de debilitar la Unión Europea, me preocupa mucho el futuro de los ciudadanos europeos.

Foto: Matt Johnson, vía Flickr (CC)

La radio y yo

No recuerdo qué fue primero pero empezaré por La Furgoneta Azul. Me remonto a cosa de hace quince años o por ahí cuando, tras unas conversaciones con Edu Gong en las cuales él nos facilitaba el acceso a la extinta radio popular de PitiTako Irratia, pensamos que podría estar guay hablar de música en plan coña y pinchar canciones desde una emisora pirata. La propuesta no fructificó o quizá sería más adecuado decir que germinó en otro formato: el de la web. Web que, posteriormente mutó a blog y que, finalmente, cinco o seis años después, ahora sí, se cristalizó en un programa de radio, en la antena de Bidebieta Irratia primero y BI FM después. Espacio que se mantuvo durante siete temporadas y que tenéis enlazado por ahí, a la derecha.

Lo otro que no recordaba qué fue primero es mi participación en la SER, en Radio Bilbao. Entre 2003 y 2005, eso seguro, arrancó. Yo trabajaba como educador social en un espacio joven en el que también ejercía su labor una compañera, Ainara, a la que, supongo, le daría mis buenas chapas sobre diferentes temas cada vez que subía a fumar un pitillo. Quizá, derivado de ello y fruto de la amistad que Ainara tenía (y aún tendrá) con Azul Tejerina, un día me viene contando que ésta, Azul, buscaba gente joven para su espacio, El Farol del Sur, que se hacía al lado del curro, y que ella, Ainara, había pensado en mí y en mi hermano educabloguero Iñigo para participar. Y empezamos a acudir, claro. Y desde entonces pues aún aguantamos unos cuantos años en plan tertulianos, tratando infinidad de temas una tarde a la semana, primero en El Farol y más tarde en La Ventana. Allí conocimos a Yuri, a Iñaki, allá llevamos a Lorena (que aún aguanta al pie del micrófono con ‘De las ondas a la red‘) e incluso logré embaucar a mi señora esposa y a una amiga a participar en el espacio por eso de que hubiese más presencia femenina en la mesa. Aguantamos unos años pero también son unos cuantos ya los que han pasado desde que dejamos de acudir a los estudios de la SER. Fácil que desde 2011 o por ahí, no recuerdo bien.

O sea, que entre La Furgoneta Azul y los programas de Azul, he pasado unos cuantos años de relación, digamos, directa con la radio. Me parece algo lógico, en todo caso. Me encanta la radio. Escucharla, hacerla o participar en ella. De hecho, si hablamos de escucharla, mi relación con este medio abarcaría casi los 40 palos, o sea, desde que nací. Al menos, desde mi más tierna infancia recuerdo en casa un transistor conectado en el enchufe de la cocina. Para desayunar, para comer y para cenar. Quizá es porque no teníamos televisión en dicho espacio pero, sea como fuere, la presencia de este medio, la compañía de las ondas fue una constante desde siempre.

Al recordar lo que escuchaba, lo que he escuchado, me vienen algunos nombres a la cabeza: Iñaki Gabilondo en el Hoy por Hoy, en la SER, por las mañanas; Tomás Fernando Flores y su siglo XXI en Radio 3; el carrusel deportivo y al showman radiofónico Pepe Domingo Castaño; Diego Manrique y su Ambigú; el desaparecido Carlos Llamas, en Hora 25, también en la SER, posiblemente mi periodista favorito de siempre; el Butano, José María García, a quien empecé a escuchar con asiduidad porque en El Larguero se metían mucho, de aquellas, con Javier Clemente, entonces seleccionador español; La Rosa de los Vientos con Juan Antonio Cebrián también me acompañó muchas madrugadas; etcétera.

En fin, sirva toda esta txapa nostálgica para anunciar que, desde el pasado 5 de octubre, he vuelto a la radio. Vuelvo a sentarme delante de un micrófono. Vuelvo a hacerlo acompañando de nuevo a Azul Tejerina en su casa, en su Hoy por Hoy Bilbao, donde siempre soy bien recibido. Desde entonces, por ahí estaré una vez al mes. De hecho, hoy he vuelto a estar ahí, segundo episodio de mi nueva temporada. Si os apetece escuchar el primer capítulo, podéis hacerlo pinchando aquí, dándole al play y avanzar hasta el minuto 58; en el caso de la jornada de hoy, clickad aquí y a partir del minuto 54 podréis hacerlo. En ambos casos, si sois amantes de la radio como yo lo soy, mejor que os escuchéis el programa entero, claro está.

Hambre. El Hambre.

Antonio B., El Ruso pasó hambre. Sufrió palizas, persecuciones, violencia, humillaciones, desdicha, exclusión, pobreza. Pero, sobre todo, pasó hambre. Un hambre que se contagiaba. Ramiro Pinilla logra, en la transcripción de los relatos que El Ruso le hizo para componer ‘Antonio B., El Ruso, ciudadano de tercera’, que al lector le duela el hambre. Sí, sé que esto queda muy bonito como figura literaria o metafórica y que, afortunadamente, yo no sé lo que es pasar hambre. Sí me lo puedo imaginar leyéndolo. O tampoco.

Acabo el libro de Pinilla e inicio ‘El hambre’ de Martín Caparrós, un ambicioso y amplio ensayo en el que el periodista argentino plasma un ingente trabajo en el que habla de malnutrición, hambrunas, causas, consecuencias, habla de un mal actual e histórico, fruto de las injusticias o de la injusticia, así, en general. Caparrós escribe recordándonos o haciéndonos saber que esto, el hambre, es la principal causa de muerte evitable del mundo. Evitable. Vivimos en un momento de la historia en el que hay comida para todo el mundo pero no está bien repartida. Evitable.

El hambre mata más personas cada año – cada día – que el sida, la tuberculosis y la malaria juntos, y no existe. El hambre no participa del misterio, las sombras insondables, lo inmanejable de la enfermedad: la impotencia frente a lo incomprensible. El hambre se entiende demasiado aunque no existe: es un invento del hombre, nuestro invento.
Y podría ser, tan fácil, nuestro pasado inverosímil
”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 72. 2015. Anagrama)

Hay números y estadísticas pero nos recuerda que, muchas veces, estos números y estadísticas cosifican y, en cierta forma, silencian el hambre. Por ello, Caparrós se acerca, nos acerca, las vidas de niños, niñas, madres, padres, viejos, viejas, etcétera, cuya máxima prioridad, cuya máxima duda es saber si van a comer al día siguiente, contingencia que les acerca a humanos prehistóricos, a hombres y mujeres que vivían constante y únicamente para alimentarse.

Somos más humanos cuanto más saciados. Y somos más humanos cuanto menos tiempo debemos dedicar a saciarnos”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 84. 2015. Anagrama)

Mientras leo este volumen, creo haber engordado dos kilos. Los he engordado en mis vacaciones. Comida y descanso. Ocio. Tiempo en el que no me preocupaba si iba a comer al día siguiente. Una preocupación que no existe en mi mundo más cercano. Una preocupación que mantiene en vilo a millones de personas. Una preocupación que, al no resolverse, mata a 8 personas al minuto. O sea, mientras escribo esto, varias personas fallecen como consecuencia directa de no poder ser alimentados.

El hambre es el mal que más personas sufren, después de la muerte que sufren casi todas. Y es, por eso, el que más mata – sí, después”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 117. 2015. Anagrama)

Esto debería molestarme. Molestarnos. Pero tampoco sé muy bien cómo canalizar ese enfado. ¿Aportando dinero a una ONG que luche contra esta lacra?, ¿votando a partidos políticos que aborden este tema en sus políticas internacionales y nacionales?, ¿leyendo las seiscientas y pico páginas de esta obra y compartiendo algunas de las reflexiones que aporta, doblando esquinas de sus páginas y subrayando algunos fragmentos?, ¿yéndome de cooperante?, ¿haciendo un consumo responsable?, ¿alimentándome de lo que generan pequeños productores, evitando comprar a multinacionales que encarecen las materias primas alimenticias?, ¿ingiriendo menos carne?

Leer todo esto, eventualmente, pensar en todo esto podría provocar cierta culpa en los espíritus más débiles. ¿Para qué sirve la culpa? ¿Qué hacer con la culpa? ¿Es la culpa la emoción más apropiada para tratar de hacer algo? Y si no tratamos, ¿qué hacer entonces con ella? ¿O esa pequeña dosis de sufrimiento que la culpa te da ya cumple con su cometido tranquilizador y nos quedamos más tranquilos?
Lo más fácil, faltaba más, es no pensar. Se puede casi siempre
”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 154. 2015. Anagrama)

No sé si pido o busco respuestas para estas preguntas. Tampoco creo que sea fácil encontrarlas. Ni siquiera creo que el libro de Caparrós las aporte. En sus seiscientas y pico páginas (al menos en las doscientas y pico que he leído hasta el momento) señala a sistemas culturales, familiares, políticos y religiosos que generan pobreza, pobreza que, obviamente, provoca hambre. Se da caña a sí mismo, a nosotros, a todos. A los que nos inventamos justificaciones para sobrellevar mejor la carga que supone convivir con la realidad de que hay mucha gente que muere cada día por una causa evitable.

No hay ideología que haya funcionado sin convencer a los hambrientos de que lo son por su culpa, su culpa, su grandísma culpa”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 91. 2015. Anagrama)

La miseria que consiste en no creer ni haber aprendido ni sospechar que existen otras vidas y que las otras vidas no son siempre sólo de los otros.
El futuro es el lujo de los que se alimentan
”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 75. 2015. Anagrama)

No tienen plata, no tienen propiedades, no tienen peso: no suelen tener formas de influir en las decisiones de los que toman decisiones. Hubo tiempos en que el hambre era un grito, pero el hambre contemporánea es, sobre todo, silenciosa: una condición de los que no tienen la posibilidad de hablar. Hablamos – con la boca llena – los que comemos. Los que no comen generalmente callan. O hablan donde nadie les escucha”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 117. 2015. Anagrama)

Leo ‘El Hambre’ y me surgen estos apuntes a vuelapluma. Leo y escribo saciado, con la tranquilidad de que en unas horas volveré a ingerir alimento. Buscando respuestas o preguntas o qué sé yo. Seguiremos leyendo hasta el final aunque la pregunta que se repite sea: ¿cómo podemos seguir sabiendo lo que sabemos?

Imagen vía: reseña en PROSALUS de ‘El Hambre’ de Martín Caparrós.

Miradas

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Ryszard Kapuscinsky pasea por Argel. Escribe ésto en su extraordinaria obra ‘Viajes con Heródoto’. Me veo reflejado. Veo reflejado mi mundo. La escena describe a la perfección los choques culturales, los mundos contrapuestos. Y como el reportero polaco me pregunto si no se puede hacer nada ante esas sensaciones desde hace siglos.

Sé que muchos responderán que viajar. No sé. Si alguien viajó fue precisamente Kapuscinsiki. India, China y un buen número de países subsaharianos. Y, sin embargo, el célebre periodista sentía cómo los ojos que se le clavaban en la kasbah lo hacían de forma diferente a los que le miraban desde un barrio francés.

Me ha encantado este fragmento aunque, al mismo tiempo, me desasosiega. Me cuesta encontrar una respuesta a los interrogantes que en él se plantean. Dudas grandilocuentes y difícilmente asumibles por mi persona. Es decir, que no he de cargarme con dicha responsabilidad. Sólo faltaba.

Supongo que siempre nos quedará leer. Tratar de entender(nos). Hablar(nos). Comunicar(nos). Y aún con todo, dudo que, ante lo desconocido, ante lo diferente y ante lo otro vayan a desaparecer este tipo de sentimientos.