Todos, más o menos, somos prisioneros de nuestros hábitos, miedos, ilusiones.
El sufrimiento debería inducirnos a abandonar el ego que cierra el camino de regreso a nuestra naturaleza divina.
Nosotros, seres humanos, estamos orgullosos del libre albedrío y ojo con quien cuestione esta libertad.
Pero por desgracia, no es así.
En realidad, somos esclavos de nuestras emociones que nos determinan, de los deseos que nos dominan y a menudo acaban en tragedia… ¡Bonita libertad!
La liberación no puede tener vínculos ni apegos.
De noche, cuando se sueña, nos parece todo real. Al despertar, descubrimos que no lo era.
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