– Carlos, tengo un trabajo para ti.
– Vale, José María, luego me paso por ahí y me dices en qué te puedo ayudar.
Carlos dejó sus tareas aparcadas un instante para colgar su flamante nuevo teléfono móvil tocando con el dedo índice de su mano derecha la pantalla que sujetaba con la mano izquierda. Tras ello, guardó el celular en el bolsillo lateral de su buzo, recogió sus aperos y se dirigió a los vestuarios en los que procedería a quitarse su ropa de trabajo para, según pensaba, acudir de una forma un poco más presentable al despacho del alcalde.
Carlos trabaja en el Ayuntamiento de su pueblo como coordinador de mantenimiento urbano, categoría de peón según su nómina. No podía quejarse. Su sueldo no estaba nada mal gracias a los complementos que se le asignaban y el horario era perfecto para poder estar con su familia después de cada jornada. Sus habilidades a la hora de realizar tareas manuales y su amistad, desde la tierna infancia, con José María y Tomás, políticos por los que sentía un gran aprecio, le habían propiciado un puesto tan bueno. Es por ello que cualquier favor que pudiese hacer a sus amigos lo haría sin pestañear.