Cosecha del 19. Los libros.

En lo que a mis lecturas se refiere, no acostumbro a estar pegado a la actualidad editorial, al menos, en lo que a leer obras del año en curso se refiere. Por ello, de los catorce libros (cómics incluidos) que han caído este 2019, sólo dos han sido editados este año (bien es verdad que unos cuantos son del 18)

Sobre las listas como tal, destacaría que no ha habido ningún título que me haya entusiasmado sobremanera y, del mismo modo, ninguno que haya tenido que abandonar o que me haya parecido realmente flojo. Dicho lo cual…

Cuatro novelas:

4.- El abrazo de los muertos (José de Arteche)
3.- A la deriva en el Soho (Colin Wilson)
2.- Ilska. La maldad (Eiríkur Örn Norðdahl)
1.- La montaña mágica (Thomas Mann)

Un par de ensayos:

La trampa de la diversidad (Daniel Bernabé) y Niñ@s Híper (José Ramón Ubieto, Marino Pérez Álvarez)

Dos cómics:

La balada del Norte III (Alfonso Zapico) y El señor Jean. Edición integral (Charles Berberian, Phillipe Dupuy)

De los ocho títulos apuntados, el último, el de El señor Jean quizá sea con el que más he disfrutado este año.

Hambre. El Hambre.

Antonio B., El Ruso pasó hambre. Sufrió palizas, persecuciones, violencia, humillaciones, desdicha, exclusión, pobreza. Pero, sobre todo, pasó hambre. Un hambre que se contagiaba. Ramiro Pinilla logra, en la transcripción de los relatos que El Ruso le hizo para componer ‘Antonio B., El Ruso, ciudadano de tercera’, que al lector le duela el hambre. Sí, sé que esto queda muy bonito como figura literaria o metafórica y que, afortunadamente, yo no sé lo que es pasar hambre. Sí me lo puedo imaginar leyéndolo. O tampoco.

Acabo el libro de Pinilla e inicio ‘El hambre’ de Martín Caparrós, un ambicioso y amplio ensayo en el que el periodista argentino plasma un ingente trabajo en el que habla de malnutrición, hambrunas, causas, consecuencias, habla de un mal actual e histórico, fruto de las injusticias o de la injusticia, así, en general. Caparrós escribe recordándonos o haciéndonos saber que esto, el hambre, es la principal causa de muerte evitable del mundo. Evitable. Vivimos en un momento de la historia en el que hay comida para todo el mundo pero no está bien repartida. Evitable.

El hambre mata más personas cada año – cada día – que el sida, la tuberculosis y la malaria juntos, y no existe. El hambre no participa del misterio, las sombras insondables, lo inmanejable de la enfermedad: la impotencia frente a lo incomprensible. El hambre se entiende demasiado aunque no existe: es un invento del hombre, nuestro invento.
Y podría ser, tan fácil, nuestro pasado inverosímil
”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 72. 2015. Anagrama)

Hay números y estadísticas pero nos recuerda que, muchas veces, estos números y estadísticas cosifican y, en cierta forma, silencian el hambre. Por ello, Caparrós se acerca, nos acerca, las vidas de niños, niñas, madres, padres, viejos, viejas, etcétera, cuya máxima prioridad, cuya máxima duda es saber si van a comer al día siguiente, contingencia que les acerca a humanos prehistóricos, a hombres y mujeres que vivían constante y únicamente para alimentarse.

Somos más humanos cuanto más saciados. Y somos más humanos cuanto menos tiempo debemos dedicar a saciarnos”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 84. 2015. Anagrama)

Mientras leo este volumen, creo haber engordado dos kilos. Los he engordado en mis vacaciones. Comida y descanso. Ocio. Tiempo en el que no me preocupaba si iba a comer al día siguiente. Una preocupación que no existe en mi mundo más cercano. Una preocupación que mantiene en vilo a millones de personas. Una preocupación que, al no resolverse, mata a 8 personas al minuto. O sea, mientras escribo esto, varias personas fallecen como consecuencia directa de no poder ser alimentados.

El hambre es el mal que más personas sufren, después de la muerte que sufren casi todas. Y es, por eso, el que más mata – sí, después”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 117. 2015. Anagrama)

Esto debería molestarme. Molestarnos. Pero tampoco sé muy bien cómo canalizar ese enfado. ¿Aportando dinero a una ONG que luche contra esta lacra?, ¿votando a partidos políticos que aborden este tema en sus políticas internacionales y nacionales?, ¿leyendo las seiscientas y pico páginas de esta obra y compartiendo algunas de las reflexiones que aporta, doblando esquinas de sus páginas y subrayando algunos fragmentos?, ¿yéndome de cooperante?, ¿haciendo un consumo responsable?, ¿alimentándome de lo que generan pequeños productores, evitando comprar a multinacionales que encarecen las materias primas alimenticias?, ¿ingiriendo menos carne?

Leer todo esto, eventualmente, pensar en todo esto podría provocar cierta culpa en los espíritus más débiles. ¿Para qué sirve la culpa? ¿Qué hacer con la culpa? ¿Es la culpa la emoción más apropiada para tratar de hacer algo? Y si no tratamos, ¿qué hacer entonces con ella? ¿O esa pequeña dosis de sufrimiento que la culpa te da ya cumple con su cometido tranquilizador y nos quedamos más tranquilos?
Lo más fácil, faltaba más, es no pensar. Se puede casi siempre
”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 154. 2015. Anagrama)

No sé si pido o busco respuestas para estas preguntas. Tampoco creo que sea fácil encontrarlas. Ni siquiera creo que el libro de Caparrós las aporte. En sus seiscientas y pico páginas (al menos en las doscientas y pico que he leído hasta el momento) señala a sistemas culturales, familiares, políticos y religiosos que generan pobreza, pobreza que, obviamente, provoca hambre. Se da caña a sí mismo, a nosotros, a todos. A los que nos inventamos justificaciones para sobrellevar mejor la carga que supone convivir con la realidad de que hay mucha gente que muere cada día por una causa evitable.

No hay ideología que haya funcionado sin convencer a los hambrientos de que lo son por su culpa, su culpa, su grandísma culpa”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 91. 2015. Anagrama)

La miseria que consiste en no creer ni haber aprendido ni sospechar que existen otras vidas y que las otras vidas no son siempre sólo de los otros.
El futuro es el lujo de los que se alimentan
”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 75. 2015. Anagrama)

No tienen plata, no tienen propiedades, no tienen peso: no suelen tener formas de influir en las decisiones de los que toman decisiones. Hubo tiempos en que el hambre era un grito, pero el hambre contemporánea es, sobre todo, silenciosa: una condición de los que no tienen la posibilidad de hablar. Hablamos – con la boca llena – los que comemos. Los que no comen generalmente callan. O hablan donde nadie les escucha”. (Caparrós, Martín. ‘El Hambre’, página 117. 2015. Anagrama)

Leo ‘El Hambre’ y me surgen estos apuntes a vuelapluma. Leo y escribo saciado, con la tranquilidad de que en unas horas volveré a ingerir alimento. Buscando respuestas o preguntas o qué sé yo. Seguiremos leyendo hasta el final aunque la pregunta que se repite sea: ¿cómo podemos seguir sabiendo lo que sabemos?

Imagen vía: reseña en PROSALUS de ‘El Hambre’ de Martín Caparrós.

Cosecha 2014. Los libros.

pqh

Pues va a ser que, como cada año, no puedo realizar una lista al uso de los mejores (o los peores) libros de 2014. Básicamente porque, en este caso, no suelo tirar de novedades editoriales. Y conste que esto no lo hago como algo actitudinal o premeditado o algo por el estilo. No. Supongo que es porque tengo demasiadas obras a la cola, en la lista de espera. Libros de años, de décadas anteriores. Es lo bueno que tiene la literatura, que no caduca. Y, aún así, aunque no he leído – creo – ningún ejemplar de 2014, comprar sí que he comprado alguno que otro. Pero claro, con lo que me gusta a mí eso de hacer listas y compartirlas, el insignificante detalle de no haber consumido ningún libro publicado este año que va llegando a su fin no me ve a impedir que lo haga. Mi cosecha de libros de 2014 es la siguiente:

‘Pyongyang’. Guy Deslile. Un cómic más del autor francés. Leído con cierta reticencia tras la pequeña decepción que me supusieron sus ‘Crónicas Birmanas’. Y, aunque siga sin entusiasmarme, admito que esta obra inspirada en las vicisitudes del autor en la capital de Corea del Norte me gustó más. ***

‘Laika’. Nick Abadzis. Muy bonito. Sencillo y bonito. Precioso homenaje a la perrita que subió al espacio. Preciosa historia de una época en la que la guerra fría y la carrera espacial generó daños colaterales caninos. ****

‘Nada’. Janne Teller. Una novelita prestada por una compañera de trabajo que la lees, precisamente, como deferencia al mencionado préstamo y que, finalmente, se ha acabado convirtiendo en uno de los libros que más me han gustado de los que he leído este año. Cuenta la historia de un joven de 14 años que comienza a lanzar proclamas nihilistas, escépticas y oscuras que hacen mella en sus compañeros de clase, tanto efecto que éstos deciden contrarrestar las peroratas que lanza desde un ciruelo buscando la forma de demostrarle que la vida sí tiene un sentido, un SIGNIFICADO. Una búsqueda que se retuerce de tal manera que afectará (por decirlo suavemente) al grupo y pondrá en cuestión el valor de lo importante, de los significados y significantes, el precio de éstos, etc. Fantástico. *****

‘Encuentro con el Otro’. Ryszard Kapuscinski. Prefiero al Kapuscinski reportero de ‘Ébano’ que al Kapuscinski antropólogo de esta obra. Alguna reflexión y aprendizaje se extrae, sí, pero, por momentos, me resultó un tanto plomizo. ***

‘Memorias de un amante sarnoso’. Groucho Marx. Uf, muy flojo. Prefiero al Groucho de la gran pantalla. Alguna leve sonrisa pero a punto estuve, varias veces, de abandonarlo antes de acabarlo. **

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