Miles Davis fue heroinómano. Mujeriego. Putero. Tuvo unas cuantas esposas y a algunas de ellas no las trató nada bien. También tuvo problemas con el alcohol y con la cocaína. No creo que muchos de los que tocaron con él pudiesen dedicarle buenas palabras. De igual modo, no tuvo muy buena relación con los críticos musicales. A uno de sus hijos no le pasó la manutención pese a estar forrado. Todo eso lo he leído (lo estoy leyendo) en su propia autobiografía. No sé qué se diría cuando el mítico trompetista falleció en 1991, pero sí sé que en esa época no existían las redes sociales y, por tanto, no proliferaron los debates entre fans y jeiters y que la imagen de una de las figuras más importantes de la historia de la música acabó perdurando. Que igual son indisolubles los dos roles y que no se puede valorar uno sin tener en cuenta el otro. No lo sé. Supongo, en definitiva, que no me iría a cenar con Davis, pero no puedo evitar disfrutar de sus discos y apenarme por que no hubiese podido ampliar su legado. Ahora sustituyan a Miles Davis por Diego Armando Maradona. No se me ha ocurrido otra forma de comentar la muerte del 10 después de todo lo que ya se ha escrito. La foto del Diego embarrado, por cierto, es la que puse en Northern Football tras conocer su fallecimiento.