LA FIEBRE. Somos Hostelería, pero, ¿somos responsables?

En las últimas semanas se ha hablado mucho de los bares, esos lugares de esparcimiento, de contacto social, esos abrevaderos emocionales tan importantes en la mayor parte de los aquí presentes, tan arraigados en nuestra cultura, en nuestra evolución, tan definitorios a veces de lo que somos.

Hace poco mi amigo Javier Ikaz se arrancó en el Facebook con una bonita iniciativa que bautizó como Somos Hostelería consistente en listar una serie de momentos biográficos o personales de disfrute acaecidos en bares o restaurantes. Al poco, unos cuantos seguimos el juego. Estoy seguro que a casi ninguno nos costó en exceso rebuscar en nuestra memoria esas escenas vinculadas a garitos y seguro que la mayoría aún nos dejamos un montón de ellos. Por mi parte también, si me permitís el spam, el pasado 20 de agosto hice un ejercicio de memorabilia tabernaria para rescatar algunos de los bares de Barakaldo que más me marcaron. Lo hice en Cienfiebres Musicales, mi podcast musical. Podéis escucharlo en este enlace: https://go.ivoox.com/rf/55466124.

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LA FIEBRE. Rebrotes.

Rebrotes. Rebrotes de contagios, de hospitalizaciones. Rebrotes de audios, de memes. Rebrotes de miedo, de acusaciones. Rebrotes de buscar culpables, de señalarlos. Rebrotes de contradicciones, de incertidumbre.

Desde el 9 de julio no escribía nada bajo la etiqueta La Fiebre. Y además, en aquella ocasión, lo hice con una especie de relato en el que pretendía denunciar el hecho de que se estuviese acusando a los inmigrantes como grandes portadores del virus. Por aquel entonces – hace poco más de un mes – no pensaba volver a compartir cuitas sobre La Fiebre en claves parecidas a las de marzo o abril, los momentos álgidos de la pandemia.

Sin embargo, los rebrotes (de todo tipo) de las últimas semanas me llevan a ello, a canalizar la frustración o el hartazgo que me genera toda esta situación por escrito. Y todo aunque el hecho de poder salir a la calle, de que brille el sol, de que no se vean las calles vacías y de que, a pesar de todo, el verano, este extraño verano, se imponga, no generan el mismo agobio que hace tres meses. Y pese a que, al mismo tiempo, ver las calles llenas, ver cierta despreocupación y que, paralelamente, los casos aumenten y los hospitales vayan cargándose, generan cierto desasosiego. Miscelánea emocional.

Anoche mismo vivimos un episodio en el que se daba esa mezcla de sensaciones. Nos disponíamos a cenar unas pizzas y unas ensaladas en una terraza de un restaurante. La mesa que nos asignaron estaba relativamente cerca de la puerta de entrada a la pizzería en cuestión y eso originaba que mucha gente se acercase a ver la carta o a recoger pedidos. En general, la gente permanecía poco tiempo en ese lugar y el 99% de las personas portaba mascarilla.

A una de las pertenecientes a ese 1% tuve que llamarle la atención. Quienes me conocen saben que no soy muy dado a ese tipo de intervenciones. Es decir, suelo ser muy tolerante con los comportamientos de los demás en general y me cuesta quejarme o afear a alguien su conducta. Pero ayer una mujer sin mascarilla (o con ella pero en la muñeca) decidió permanecer junto a nuestra mesa, con poca distancia, esperando a que le asignasen un espacio donde cenar. Así, en vista de que no parecía tener prisa en moverse de ahí, le conminé educadamente a que, por favor, se apartase de nuestro lado o que se tapase boca y nariz.

Como decía, una vez advertida dicha mujer (la cual, todo sea dicho, reaccionó muy bien, pidiendo disculpas y separándose) me sacudió una sensación extraña. Incómodo por el mero hecho de recriminar algo a alguien y, a la vez, con la percepción de haber hecho lo que tenía que hacer. No sé. Esto para mí ha sido un brote más que un rebrote y espero no tener que replicarlo en el futuro.

Y mirando precisamente al futuro y por ir acabando, me cuesta ser halagüeño aunque me esfuerce. Y lo intento y quiero pensar (y creo que, en cierta forma, es así) que la situación no es igual a como era en marzo y tal; que se sabe más, que los servicios sanitarios están alerta, que hay más casos porque se hacen más test y yo qué sé qué más puedo deciros y decirme. Pero el acojono vuelve a aparecer y quizá lo que peor llevo es la perspectiva de que no hay un final claro en el horizonte y reina en mí y en muchos de los que me rodean un cierto hartazgo por un verano de mierda inolvidable y por un otoño que tampoco pinta bien. Que aunque odie la rutina, como os contaba el otro día En Lontananza, uno desea volver a la normalidad de antes o, al menos, a ese tiempo en el que no había un bicho imperceptible convertido en Espada de Damocles de nuestra cotidianidad.

En fin, como en anteriores entradas de LA FIEBRE, quiero dedicar ésta. Y en esta ocasión lo quiero hacer a los adolescentes. La señora que ayer teníamos prácticamente encima no estaba, precisamente, en plena pubertad. Asimismo, admitiré que cuando salió un brote en una discoteca de Bilbao, pensé en mi sobrino de 19 años; él mismo se expresó al respecto llevándose las manos a la cabeza al ver que la gente no se comporta como es debido o respetando lo de no aglomerarse y demás. Y estoy seguro que, como él, habrá un montón de jóvenes que saben respetar y tener un comportamiento ejemplar con sus semejantes, del mismo modo que habrá gente talludita que pase absolutamente de todo. Sin embargo, a quien se está señalando constantemente es a la chavalería. Pues eso, que a ellos va dedicado y en especial a Adrián, como digo. Por último, no quiero olvidarme del personal sanitario al que, desgraciadamente, parece que le va a tocar apretar los dientes de nuevo en las próximas semanas. Todo mi ánimo para ellas, en especial a mi chica, a la que le toca volver al hospital en breve.

Barakaldo, 11 de agosto de 2020.

*Imagen vía Paredes que Hablan.

LA FIEBRE. Repulsión a un empresario contagiado.

Empezó a tener los primeros síntomas hora y media o así después de comer. Antes, por la mañana, se había recorrido 150 kilómetros para reunirse con otro empresario al que acabó vendiéndole un par de locales. A la vuelta al pueblo se tomó un café con el técnico que habitualmente le arreglaba las cámaras frigoríficas de los bares. Más tarde fue a comer a uno de sus restaurantes con unos cuantos comerciales y ya, entonces, regresó a casa.

Fue ahí cuando empezó a encontrarse mal. Cansancio, tos y mal cuerpo. Pero nada lo suficientemente grave como para quedarse y no atender a sus negocios. Esa tarde tenía que alternar por los bares del pueblo, dejarse ver y ofrecer sus servicios, además de promocionar el nuevo pub que había abierto justo antes de la pandemia y que, ahora que se podía volver a salir, quería reflotar.

Así que por ahí anduvo toda la tarde hasta bien entrada la noche. A su regreso a casa, estaba peor, se tomó un ibuprofeno y se metió a la cama. Pasó una noche de perros, con fiebre bastante alta y muy mal estado en general. A la mañana siguiente, pese a que seguía teniendo compromisos propios a su posición, decidió aplazarlos y llamó a la doctora del ambulatorio del pueblo. Ésta le encomendó que se quedase en casa y le dijo que iba a mandar a un sanitario para hacerle el test del Coronavirus.

Veinticuatro horas después se confirmó el diagnóstico: dio positivo en COVID-19. A partir de ahí se puso en marcha el rastreo de sus contactos esos días. Muchos. Un empresario de su categoría tiene muchas relaciones diariamente. Mucho movimiento. Una semana después los casos positivos se habían multiplicado exponencialmente por la localidad e incluso fuera de ella y las autoridades decidieron decretar el confinamiento para la población con el fin de contener la expansión del contagio.

La gente, harta después de tres meses de encierro, comenzó a canalizar su frustración hacia el empresario, paciente cero del brote. Pero no se detuvieron ahí. Por extensión comenzaron a señalar a otros propietarios o patronos, acusándoles de propagar el virus por mantener a flote sus negocios y demás. Pedían que se les expulsase del pueblo, que se boicoteasen sus productos. Ni siquiera sabían si esos otros estaban contagiados o no pero les daba igual. El miedo se había propagado a la misma velocidad que el virus.

Esto es un relato de ficción. Sin embargo, la realidad empieza a aportar episodios que no están lejos de esta pequeña pieza. Eso sí, los protagonistas distan de ser empresarios. Hablamos de inmigrantes que llegan en pateras, de temporeros que trabajan en el campo. Empiezan a abundar los bulos que señalan a estos colectivos como portadores del virus. Extranjeros pobres señalados, insultados y expulsados. Personalmente, ya he escuchado unas cuantas conversaciones en las que se busca apaciguar el miedo a través de un chivo expiatorio. El de casi siempre. Esperemos que esto no vaya a más y que podamos hacer el ejercicio de recordarnos que esta historia es transversal, que cualquiera podemos contagiarnos y contagiar. Esperemos poder frenar esta curva xenófoba o aporofóbica o que no suba demasiado. Joder, ¿no se suponía que íbamos a salir mejores que antes? Es hora de demostrarlo.

Imagen vía Paredes que Hablan.

LA FIEBRE. La Pandemia de Žižek a vuelapluma.

Resulta un tanto abrumador la cantidad de estudios y publicaciones científicas que están surgiendo en torno a LA FIEBRE. Es lógico, claro. La comunidad científica internacional trabaja sin descanso en pos de una vacuna o buscando tratamientos que minimicen las consecuencias del coronavirus. El problema es que quizá derivado de esa carrera se está primando la urgencia y la prisa por ser el primero y esto, en ocasiones, ofrece resultados no muy fidedignos e incluso a veces contradictorios.

También surgen otro tipo de publicaciones que no vienen marcadas por la premura digamos sanitaria y quizá por ello, a día de hoy, no son tan numerosas. Auguro que abundarán novelas, relatos, ensayos y demás inspirados por la COVID-19. Algunos libros en ese sentido ya han visto la luz, no sé si de forma un tanto prematura, cuando aún vivimos inmersos en plena pandemia. Puede ser que el obligado confinamiento a nivel global haya favorecido el trabajo de un montón de creadores.

Entre ellos encontramos al filósofo esloveno Slavoj Žižek, uno de los pensadores más conocidos entre los intelectuales occidentales, una especie de estrella del pop de la filosofía contemporánea junto con el coreano Byung-chul Han. Como decía, Žižek ha sido capaz de escribir un pequeño libro de 145 páginas que salió a la venta (al menos en España) el pasado 27 de mayo, publicado por Anagrama. Entiendo que la velocidad del esloveno a la hora de escribir este pequeño volumen ha respondido a su evidente capacidad para hacerlo, a vislumbrar una oportunidad a nivel comercial y también como reacción a la fiebre por el tema.

Precisamente LA FIEBRE me llevó a mí a adquirirlo a los pocos días que saliese a la venta y a leerlo de un tirón una noche de hace poco más de una semana. Y ello, a su vez, me ha empujado a sentarme aquí para compartir algunas de las reflexiones que Žižek aporta en su libro y lo que éstas me han sugerido. Todo a vuelapluma, eso sí.

Así, una de las ideas de índole política que recorre «Pandemia. La covid-19 estremece al mundo» tiene que ver con el intervencionismo estatal. En cómo, de producirse, ha de darse en un marco en el que el ciudadano confíe en el Estado. Pero, claro, ¿confiará la gente común en estados autoritarios acostumbrados al ordeno y mando y a que no se les cuestione (rollo China)?, ¿puede confiar la población en otro tipo de estados supuestamente más democráticos cuando una situación como la que estamos viviendo demuestra vaivenes y contradicciones, incapacidades y renuncios en los que se les pilla?, ¿son inevitables estos errores en situaciones tan impredecibles como ésta, en las que también prima la urgencia? Lo que sí parece claro, en cualquier caso y tal y como expone Žižek, es que esta intervención normalmente asociada a países socialistas o comunistas se ha producido incluso en estados absolutamente alejados de esas corrientes, como Estados Unidos o el Reino Unido. Y a partir de aquí también se pregunta: «¿de verdad la única elección posible es entre el control casi total de arriba abajo estilo chino y el enfoque más laxo de la inmunidad de grupo?».

Este supuesto le lleva a aseverar al autor que el coronavirus empujará a «reinventar el comunismo basándonos en la confianza en la gente y en la ciencia«. En ese sentido, Žižek hace hincapié en la solidaridad y en la cooperación global como rasgos esenciales, así como la capacidad (¿temporal?) para controlar la economía y limitar la soberanía de los estados cuando haga falta. Personalmente, me gustaría pensar que esto pudiese ser posible, aunque no puedo evitar pensar en la tentación que puede generar a determinados líderes empezar así, como de buen rollo, y acabar cogiendo el brazo, no sé si me explico. Por otra parte, sin ser yo ningún experto en nada y menos aún en corrientes políticas, ¿no suena este planteamiento de Žižek de nuevo comunismo a un socialismo moderado o a socialdemocracia? Pregunto. Y también he de admitir que, en cierta forma, a esa pregunta el filósofo me responde: «Es fácil alertar de que el poder estatal está utilizando la pandemia como excusa para imponer un permanente estado de emergencia, pero ¿qué alternativa proponen aquellos que pronuncian tales advertencias?».

Una de las consecuencias que el esloveno advierte derivadas de la pandemia tiene que ver con el consumismo o, mejor dicho, el no consumismo. «Las calles abandonadas de la megalópolis (…) nos permiten intuir lo que sería una sociedad no consumista«. También cree que la cuarentena global que hemos vivido ha podido llevar a algunas personas a liberarse de la actividad frenética que rige nuestro día a día en sociedades como la nuestra y a reflexionar a ese respecto. Puede ser, me gustaría pensar que sí, pero, ¿los tiempos oscuros que se avecinan a nivel socioeconómico contribuirán a extender ese tipo de reflexiones? Quiero decir que todo el mundo augura tiempos de necesidades más básicas y en ese cometido, en cubrirlas, dudo mucho que nadie se vaya a parar en pensamientos de esa índole sino más bien en hacer que la rueda vuelva a funcionar como antes de la pandemia. Y respecto al consumismo o no, ha bastado un poco de liberación en las restricciones a la movilidad y la apertura de las tiendas para ver amplísimas colas en grandes cadenas de ropa o ver cómo multinacionales hacen su agosto también en estos tiempos. Siento ser así de escéptico, me gustaría pensarlo de otro modo, la verdad.

Aún así, vale, no cejemos en tratar de reducir nuestro consumismo y en apostar por el decrecimiento y por flexibilizar nuestras exigencias y actividades y tal («ahora la idea de que uno necesita más parece irreal»). Tratemos de acabar con la auto-explotación que a menudo nos imponemos a nosotros mismos. Esta es una reflexión (¿se puede decir que ya clásica?) del coreano Byung-chul Han y a la misma, todo hay que decirlo, también responde Žižek en las páginas de este librito aludiendo a que vale, muy bien, eso existe pero que no debemos olvidar que siguen existiendo grandes desigualdades entre clases y que, por tanto, esos antagonismos no deben reducirse exclusivamente a la «lucha contra uno mismo». De hecho, el esloveno abunda en esta idea, a mi modo de ver, cuando dice que se alude (máxime en estos tiempos pandémicos añado yo) a la responsabilidad individual con insistencia y que a veces esto oculta cuestiones más colectivas o estructurales relacionadas con el cambio económico y social. Admito que me gusta esta idea, muy extendida desde hace décadas, aunque a veces pienso, je, en que también abusamos de ella para desresponsabilizarnos (¿me habrá lobotomizado el sistema capitalista neoliberal, maldita sea?)

Bueno, luego me quedo tranquilo y pienso que no me han fagocitado del todo cuando me veo coincidiendo con Žižek en otra idea muy aparentemente de izquierdas que aparece en su ‘Pandemia’ que dice que: «tenemos que aprender a pensar fuera de las coordenadas del mercado y el beneficio y encontrar otra manera de producir y asignar los recursos necesarios. Si las autoridades se enteran de que una empresa está acaparando millones de mascarillas a la espera de que llegue le momento adecuado para venderlas, no tiene que haber ninguna negociación con la empresa, simplemente hay que requisarlas». Al menos, apostillaría yo, no negociaría si se diese algo así en una situación como la que vivimos. Obvio, ¿no?

Me gusta mucho, en ese sentido, cuando afirma que «las decisiones acerca de la solidaridad son eminentemente políticas». Y más aún cuando unas páginas más adelante esa solidaridad vira hacia los olvidados y los parias. En este caso, cuando se acuerda de las personas refugiadas que intentan llegar a Europa: «¿De verdad cuesta comprender su desesperación cuando un territorio bajo confinamiento por una epidemia sigue siendo un destino atractivo para ellos?». Bravo.

Por ir acabando, que al final me va a denunciar Anagrama por desmenuzar tanto esta obra, Žižek considera que la venida de una pandemia de estas características ya se nos venía, de algún modo, advirtiendo; desde los expertos que pronosticaban que algo así tenía que pasar a los indicadores propios de un sistema (capitalista) que podían propiciarlo (agricultura industrializada, desarrollo económico global, hábitos culturales, proliferación descontrolada de la comunicación internacional…). La cuestión es: ¿nos sorprende que haya ocurrido? Sí. ¿Por qué? Según Žižek, porque no nos creemos que vaya a ocurrir. Dicho lo cual, ¿nos creemos, por ejemplo, los agoreros pronósticos asociados al cambio climático?, ¿podemos hacer algo al respecto?

En fin, nada más y nada menos. Reflexiones y preguntas que me surgen a partir de determinados fragmentos. Y es que manda carallo, como dicen en Galicia, que, acudiendo nuevamente a una cita de ‘Pandemia. La covid-19 estremece al mundo’ necesitemos «una catástrofe para ser capaces de repensar las mismísimas características básicas de la sociedad en la que vivimos”.

PD: no puedo acabar este post sin colgar esa foto de abajo de una página del libro ‘Ilska. La maldad’ de Eiríkur Örn Norddahl. Me parece gracioso acabar así, sacudiendo la cabeza.

En Lontananza. Cierto renacer.

Casi siete minutos. Tiempo suficiente para ponerme epopéyico y valorar mi municipio en Fase 2 como si el resurgir del Ave Fénix se tratase. Minutos de sobra para ponerme estupendo y hacer una disertación de chichinabo sobre – OJO – arquitectura-urbanidad-cultura en ciudades de origen obrero. Y me quedo tan ancho.

Si ya con esto no os he picado para que lo escuchéis, yo ya no sé.

PD: la imagen es de mi colección de Paredes Parlantes.