Fiebre Taniguchi

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Con 37 años. Quién me iba a decir a mí que, a estas alturas, me iba a interesar el manga. El Manga. El cómic japonés. Aunque, bueno, quizá algún purista a ésto no le llame manga. De hecho, yo mismo, auténtico analfabeto en la materia, no lo considero como tal o, al menos, no asociaba el manga a ésto. Yo pensaba en violencia, fantasía, artes marciales y cosas así. He ahí mi ignorancia o mi prejuicio. Ésto, por lo que he podido leer, se acerca más al cómic europeo. Bueno, pues sea.

Ésto es «La cumbre de los dioses». Ésto es Jiro Taniguchi. Ésto ha sido la primera lectura que he hecho en 2015 – los cinco tomos – y ésto ha significado también la primera fiebre del año. La Fiebre Taniguchi.

Y es que me ha llegado, me ha impactado. Fundamentalmente los dibujos. Es decir, la historia de «La cumbre de los dioses» es realmente buena (el hallazgo casual de una antigua cámara fotográfica y la posibilidad de que dicha cámara pudiese ser la que portara el primer hombre que ascendió al Everest… Y ello junto a la figura de un personaje absolutamente obsesionado con escalar las cumbres más altas y difíciles, etc… ) y la temática principal de la obra, la montaña, conecta con la que fue una de mis fiebres más intensas (me gustaría decir que es pero, desgraciadamente, hace igual año y medio o dos años que no me calzo las botas) pero, más allá de ambas, la historia y la temática, son los dibujos de Taniguchi los que me han conquistado. Tremendos.

Tremendos. Tremendamente realistas (con el estilo, obviamente, del manga), sencillos pero, a la vez, recogiendo detalles insignificantes; expresivos, tremendamente expresivos. Taniguchi es capaz de transmitir a través de sus trazos los sentimientos de los protagonistas, es capaz de hacer conectar al lector con el sufrimiento o la alegría de los personajes. Asimismo, en este cómic, el dibujante nipón parece regodearse en viñetas dedicadas a los paisajes, a los escenarios y no sólo a los grandes paisajes alpinos que capitalizan la obra si no también abundan los dibujos de ciudades, consiguiendo, de nuevo, trasladarte a esos lugares.

Obviamente, estas sensaciones, estas percepciones son muy personales. A lo mejor me dejo arrastrar a la hora de escribir estas líneas por mi fiebre, lo admito, pero también es cierto que con quienes la he compartido y, además, han tenido la oportunidad de acercarse a los comics dibujados por Jiro Taniguchi, coinciden conmigo en buena parte de estas sensaciones lo cual contribuye, claro, a que la fiebre Taniguchi suba y haya reforzado el sentido de estas líneas.

Tal es así que, de regalo de cumpleaños, ya me cayó otra colección del autor japonés, concretamente «La época de Botchan», a la que espero poder hincarle el diente dentro de poco.

En fin, una fiebre por Taniguchi y no sé si también por el manga o por el cómic japonés que tira a europeo. Veremos. De momento, aprovecharé las altas temperaturas para indagar más en su obra, para acercarme a la Alhóndiga a coger otros títulos de este autor y también para azuzarme a volver a retomar la sana costumbre de subir montañas.

Cosecha 2014. Los libros.

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Pues va a ser que, como cada año, no puedo realizar una lista al uso de los mejores (o los peores) libros de 2014. Básicamente porque, en este caso, no suelo tirar de novedades editoriales. Y conste que esto no lo hago como algo actitudinal o premeditado o algo por el estilo. No. Supongo que es porque tengo demasiadas obras a la cola, en la lista de espera. Libros de años, de décadas anteriores. Es lo bueno que tiene la literatura, que no caduca. Y, aún así, aunque no he leído – creo – ningún ejemplar de 2014, comprar sí que he comprado alguno que otro. Pero claro, con lo que me gusta a mí eso de hacer listas y compartirlas, el insignificante detalle de no haber consumido ningún libro publicado este año que va llegando a su fin no me ve a impedir que lo haga. Mi cosecha de libros de 2014 es la siguiente:

‘Pyongyang’. Guy Deslile. Un cómic más del autor francés. Leído con cierta reticencia tras la pequeña decepción que me supusieron sus ‘Crónicas Birmanas’. Y, aunque siga sin entusiasmarme, admito que esta obra inspirada en las vicisitudes del autor en la capital de Corea del Norte me gustó más. ***

‘Laika’. Nick Abadzis. Muy bonito. Sencillo y bonito. Precioso homenaje a la perrita que subió al espacio. Preciosa historia de una época en la que la guerra fría y la carrera espacial generó daños colaterales caninos. ****

‘Nada’. Janne Teller. Una novelita prestada por una compañera de trabajo que la lees, precisamente, como deferencia al mencionado préstamo y que, finalmente, se ha acabado convirtiendo en uno de los libros que más me han gustado de los que he leído este año. Cuenta la historia de un joven de 14 años que comienza a lanzar proclamas nihilistas, escépticas y oscuras que hacen mella en sus compañeros de clase, tanto efecto que éstos deciden contrarrestar las peroratas que lanza desde un ciruelo buscando la forma de demostrarle que la vida sí tiene un sentido, un SIGNIFICADO. Una búsqueda que se retuerce de tal manera que afectará (por decirlo suavemente) al grupo y pondrá en cuestión el valor de lo importante, de los significados y significantes, el precio de éstos, etc. Fantástico. *****

‘Encuentro con el Otro’. Ryszard Kapuscinski. Prefiero al Kapuscinski reportero de ‘Ébano’ que al Kapuscinski antropólogo de esta obra. Alguna reflexión y aprendizaje se extrae, sí, pero, por momentos, me resultó un tanto plomizo. ***

‘Memorias de un amante sarnoso’. Groucho Marx. Uf, muy flojo. Prefiero al Groucho de la gran pantalla. Alguna leve sonrisa pero a punto estuve, varias veces, de abandonarlo antes de acabarlo. **

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