“Si no lo ocupamos [el pensamiento] en algún tema que lo embride y contenga, se lanza desbocado aquí y allá, por el campo difuso de las imaginaciones”.

Ayer me sentí retratado con el hipocondríaco de Pantomima Full. Hoy con este fragmento del ensayo De la Ociosidad de Michel de Montaigne, ya que, de alguna manera, describe muy bien a un Cienfiebres.

Cienfebristas Ilustrados: Iñaki Uriarte

Ando leyendo los Diarios de Iñaki Uriarte, en la edición completa que sacó el año pasado Pepitas, y en una de sus entradas viene a decir que, a menudo, se producen conexiones entre lo que percibes y piensas en un momento determinado con algún fragmento que te topas en un libro que te puedas estar leyendo entonces. Dice que «lo explicarán las leyes de la estadística, pero da la impresión de que se ha producido un efecto telepático que otorga a la lectura un aura casi mágica». Así, Uriarte abunda en que «si se trata de ideas, es todavía más grave. Estoy seguro de no haber pensado ni dicho nada en mi vida que no pudiera encontrar en un libro al cabo de unas pocas horas».

No vengo aquí a reafirmar o a contradecir esta percepción del mencionado autor, aunque, curiosamente puedo reforzarla ante el hallazgo de otros fragmentos de estos diarios que conectan directamente con lo que es, en mi opinión, ser un Cienfiebres. Es decir, aquí la conexión no es con anécdotas, imágenes o ideas. Creo que hay un vínculo con una forma de ser y de comportarse. Creo que Iñaki Uriarte es un Cienfiebres.

Por ejemplo, esta entrada de su diario que, directamente, podría pegar yo en la cabecera de esta bitácora para explicar qué es un cienfebrista, cómo somos los cienfebristas:

¿Más? Pues justo seguido al texto anterior, me encuentro con esta vehemente declaración de Uriarte contra unos, en general, respetados valores con los que, personalmente y más aún de unos años a esta parte, cada vez comulgo menos. O sea, que fue conectar con lo anterior y que una nueva sensación electrizante me sacudiera tras leer esto:

Una última prueba para demostrar que el señor Uriarte es cienfebrista o que yo quiero que lo sea; quizá lo quiera, añado, porque envidio su capacidad de escribir o su capacidad de jactarse de vivir de las rentas de una forma tan elegante a la par que sencilla. Eso sí, en este último caso y volviendo a su fragmento, me veo en la primera frase; en el siguiente párrafo creo que me veré reflejado en pocos años.

Iñaki Uriarte no ha sido el primer Cienfebrista Ilustrado. El primero fue Hans Castorp, el protagonista de ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann, como ya os conté aquí, aunque entonces no le añadiese ese epíteto. Iñaki Uriarte es el primer Cienfebrista Ilustrado de No Ficción, pese a que hay quienes llegan a dudar de esto, como dice Jordi Gracia en el fragmento de su reseña de los Diarios que aparece en la contraportada de mi edición («Acierta tantas veces y tan a menudo que se siente la tentación de creer que es un personaje de ficción«).

Yo secundo. El otro día le decía a Joel López Astorkiza, el creador de esa especie de audioblog que es Sin Estudios, que Uriarte sería el típico tuitero que se hincharía a favs y RT’s gracias a sus afiladas sentencias, tan apropiadas para esa red social. Es el clásico al que después de leer te dices «¡Qué cabrón!».

Pues ese cabrón es un Cienfebrista. Él mismo me lo está demostrando en sus Diarios. Un Cienfebrista Ilustrado. Si en el futuro encuentro otros así, con los que se produce este chispazo, descuidad: aquí los traeré. Como buen cienfebrista.

* Foto de Pedro Urresti, para el Diario Vasco, donde la encontré.

-Si el poema no tiene sentido -dijo el Rey-, eso nos evitará muchas complicaciones, porque no tendremos que buscárselo.

De repente, sin saber muy bien por qué, uno se encuentra con una cita o un fragmento o una estrofa o un verso que le hace clic. Este es el caso. Tampoco sé en qué sentido, pero remover, removió. Alguna conexión tocó. Como mínimo, provocó que me ha empujado a leerme el libro en el que aparece.

Y no, no he leído Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll.

Fiebre Podcaster

Me da la sensación que siempre llego tarde a este tipo de cosas. Eso pensaba el otro día al leer al responsable de uno de mis podcast musicales de cabecera, Popcasting, diciendo que acababa de cumplir quince años online. Quince años y yo, ahora, en mayo de 2020, estoy con una temperatura altísima con este asunto de la radio por internet.

También os diré que, por otra parte, más allá de que este medio de los podcast lleve mucho tiempo entre nosotros y que esté muy extendido, creo detectar que vive un momento de eclosión. Quizá es una especie de sesgo cognitivo inducido por la fiebre podcaster que padezco y los veo por todas partes; pero, no sé, por ejemplo, ver un reciente spot de una conocida entidad bancaria promocionándose mediante este formato me llevó a pensar en dicho auge.

Pues eso, que estoy en plena fiebre. Y como buen Cienfiebres puede que el calentón baje y se quede en agua de borrajas o que no. Pero, de hecho, miren, para qué andarnos con ambages: en breve tendrán noticias en este mismo espacio. Es una fiebre fuerte, propia de una época de pandemias, no remite y empezará a ofrecer sus síntomas más pronto – espero – que tarde. Que luego eso se mantenga o no en el tiempo también obedecerá a los vaivenes y calenturas propias de este que firma.

Dicho lo cual, permanezcan a la espera y sintonizadas. Yo dejo dos pistas (y no de audio): trataremos de sustituir el «blog» de la sección «Cienfiebres Blogcast» por «Pod»; y apúntense a mirar EN LONTANANZA.

La pasión es el olvido de uno mismo y usted no tiene otra preocupación que la de enriquecer su espíritu”. (La Montaña Mágica, de Thomas Mann)

Si la memoria no me falla, quien así se dirige a Hans Castorp, protagonista de la excelsa La Montaña Mágica, es Mynheer Peeperkorn, el hedonista personaje llegado casi al final del libro al sanatorio Berghof y que cautiva al joven Castorp.

La cuestión es que al leer ese breve fragmento, yo me sentí interpelado. Creo que define muy bien a un Cienfiebres. Un Cienfiebres no es alguien apasionado, aunque pueda parecerlo, aunque pueda sentir entusiasmo por cualquier cosa. Alguien apasionado es quien se vuelca totalmente en algo, quien se obsesiona con algo. Eso es demasiado para un Cienfiebres. Un Cienfiebres no profundiza, sino que se queda en la superficie, aunque no lo parezca.

Un Cienfiebres, volviendo a la frase de Peeperkorn, no se olvida de uno mismo. Un Cienfiebres es un tanto ególatra. Y no sé si suena grandilocuente y demasiado abstracto lo de enriquecer el espíritu, pero, en cierta forma, también lo compro.

Enriquecerse de experiencias, de relaciones, de actividades, de hobbies… si todo eso, entre otras cosas, conlleva el enriquecimiento espiritual, pues eso, que la alusión de Peeperkorn es perfecta.

De hecho, para quien haya leído La Montaña Mágica, resulta evidente que Hans Castorp es un Cienfiebres. Enseguida se suma, con reservas iniciales pero sin ambages a la peculiar vida de allá arriba. Se acostumbra y se adapta a la misma erigiéndose, con el tiempo (ese gran tema en la novela de Mann), en un veterano y experimentado paciente. Por si fuera poco, Castorp se adapta a un ambiente, a priori rutinario, gracias a enfebrecerse con diferentes temáticas: filosóficas, médicas, amatorias, naturalistas, deportivas, musicales… sin profundizar, creo yo, sin apasionarse en ninguna, aunque pueda parecerlo.

En fin, esta interpretación mía, esta analogía que establezco del gran personaje de Mann conmigo mismo puede resultar a quien esté leyendo ésto hasta un tanto patológica, pero no puedo evitar confesar que lo he sentido así y que el fragmento que encabeza esta entrada ha sido el detonante para escribir estas cuatro letras, para volver a darle al teclado en Cienfiebres y eso, tras casi cuatro meses sin hacerlo, no es moco de pavo.