Ni brilla el sol ni el cielo está azul: es un triste martes por la mañana de agosto de 1974. La ausencia de sueño y la ausencia de sueños. El exceso de pesadillas y el exceso de alcohol. La resaca y la llamada a casa. A tu mujer y a tus hijos. Para decir os quiero y os echo de menos y ojalá estuviese allí.

Allí, allí, en cualquier lugar menos aquí.

Es un fragmento del que, dicen, es uno de los mejores libros sobre fútbol nunca escritos. Sí, de fútbol. De balompié. Quién lo diría leyendo esto. Es mi actual fiebre literaria. Es un fragmento de «Maldito United», la traducción de «The Damned United» de David Peace.

Si fuese un libro sobre ebanistería también sería febril mi estado. Un ebanista con obsesiones. Con subidones, bajones. Sin amigos (o un único amigo, Peter Taylor); sin enemigos (o un único – y gran – enemigo, Don Revie). Un ebanista que se sabe ganador y que también se reconoce perdedor. Un ebanista histriónico, temperamental, sin pelos en la lengua. Un ebanista que antes de saborear los más grandes triunfos ha de capear con una (auto)traición que, por ende, le lleva al fracaso.

Pero es un libro sobre un entrenador no sobre un ebanista. Es un libro sobre Brian Clough. Cloughie. Míster del Derby County, míster del Leeds United. Míster del Nottingham Forest (aunque este pasaje no aparece reseñado en esta obra). Es un libro que te arrastra a las entrañas del único entrenador inglés con dos Copas de Europa, a las entrañas de los estadios en los que vive, disfruta y sufre. Es un retrato magistral de un tipo del que acabas entendiendo porque muchos le odiaron y porque otros muchos le acabaron queriendo. Es un libro sobre un entrenador no sobre un ebanista.

Es el libro en el que se basa la película «The Damned United», dirigida por Tom Hooper que, si bien es entretenida y digna de verse, se queda a la altura del betún frente a las páginas de David Peace. Un estilo machacante, plagado de frases cortas, plagado de repeticiones, de saltos… Unas formas que, como decía antes, arrastran sin remisión al lector. O, al menos a mí, me han arrastrado. Es mi fiebre literaria actual, sí. De todos modos, no me extenderé en repasar esta obra ya que lo hacen muy bien, por ejemplo, en este artículo de hoy en El Estado Mental,.

Caída y auge de Brian Clough, subtitulan en ese texto recién enlazado. Sí. Un Reginald Perrin sentado en el banquillo del Derby County y del (sucio) Leeds United. Y David Peace emparentado ya con David Nobbs en mis altares de escritores británicos, junto a Hornby, Welsh y Julian Barnes. Es mi fiebre literaria actual, sí.

* La foto la encontré ayer en Pinterest. Brian Clough y su fiel escudero, Peter Taylor, sentados en un banquillo llevando a la gloria al Nottingham Forest.

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«Todo será cierto mientras creamos en ello. Así de complicada es la historia de los pueblos, Asier»

Don Manuel ha vuelto. Aunque he de reconocer que en esta segunda parte de «Verdes Valles, colinas rojas», en este «Los cuerpos desnudos», estoy observando al maestro de Algorta excesivamente conservador. Demasiado atávico. Demasiado atado a las tradiciones. A lo mejor siempre ha sido así. No lo sé. El gran descubrimiento de este desenfreno, de este despiporre, de este desparrame literario que es la trilogía de Ramiro Pinilla es Fabi, la hija de Cristina Oiaindia. Igual peco de evidente sintiendo atracción por ella. No lo sé. Quizá, a lo mejor, el personaje a seguir, en realidad, es Roque y lo es del primero de los tomos y del segundo y del tercero. No lo sé. En realidad, el personaje constante es Getxo. Sí, Getxo. Como lo es Baltimore en The Wire. Como lo es Macondo en «Cien años de soledad». Sí, Getxo.

Don Manuel ha vuelto.

PD: la imagen es el cuadro «La aldeanita del clavel rojo» de Adolfo Guiard, obra que se expone en el Museo de Bellas Artes de Bilbao y sirve como imagen de portada de «Los cuerpos desnudos».

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«No le tengo ningún miedo [a la muerte], pero me marcharé muy apenado. He tenido mis grandes tragedias, pero la vida me ha gustado«.

Esto le respondía Ramiro Pinilla a César Coca a una pregunta en la que el periodista le cuestionaba si temía la llegada de la hora final. Una hora que hoy, 23 de octubre de 2014, ha llegado cuando el autor de ‘Verdes Valles, Colinas Rojas‘ contaba con 91 años.

Se va un escritor al que, personalmente, conozco desde hace años gracias a la pasión o devoción que siempre le ha profesado uno de mis mejores amigos, Javier, quien llegó a tener el privilegio (aunque, según todos los que le conocían, acercarse a Ramiro Pinilla no era excesivamente difícil) de pasar una tarde entera con él en Walden, su casa. Una admiración la de mi amigo que acabó por contagiarme y que me apropié después de leer retazos biográficos del getxotarra de adopción, tras conocer episodios como los de la creación de esa editorial llamada Libropueblo y, sobre todo, después de leer ‘La Tierra Convulsa’, primer tomo de la trilogía ‘Verdes Valles, Colinas Rojas’ a la que ya dediqué unas breves pinceladas en este mismo espacio.

Hoy, por tanto, es día para recordarle y así se está haciendo desde muchos mentideros mediáticos, esos medios en los que no era tan habitual encontrarnos a Pinilla.

Por mi parte, con este pequeño escrito, quiero dejar constancia de lo señalada que es esta fecha para los que le admirábamos y quiero confesar mi envidia hacia una figura que, como se destaca en la entrevista mencionada al principio, ha sido feliz con una vida sencilla, un objetivo que me empeño en conseguir y, aunque tampoco me puedo quejar, cuesta alcanzar. Y, por supuesto, no creo que exista una mejor manera de recordar al maestro que comenzar desde esta misma noche con ‘Los Cuerpos Desnudos’ (el segundo de Verdes Valles) y más adelante las novelitas de Samuel Esparta así como el resto de su bibliografía. Y también, por qué no, irme con Javi a La Venta de Getxo a brindar con unos txakolís a la salud de Ramiro Pinilla.

* La foto que ilustra esta entrada es obra de Humberto Bilbao, fotógrafo que retrató a Ramiro Pinilla en la entrevista que el periodista Enric González le realizó para JotDown.

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«(…) Excavé tumbas en Egipto. Buceé para recolectar perlas en los mares de la China. Trabajé en una licorería en Basingstoke. En fin, ya ve, que entré en una rutina pesada: todo el rato cambio, cambio, cambio. Aquello al final se volvió monótono»

El tío Percy Spillinger en la desternillante y bizarra cena organizada por Reginald Perrin. Un fantástico pasaje que he querido guardar para recordar de mi lectura del libro de David Nobbs ‘Caída y auge de Reginald Perrin’.