El Acta del Lunes. Tartan Army, «en el City, aita» y ex del Baraka que parecen internacionales.

Imagen de la resaca en la grada de un Escocia – Gales de 1977.
Referéndum escocés. Aficionados de esa selección lo plantean en una pancarta antes de que su equipo se enfrente a la URSS en el mundial de España’82.

Mea culpa no comentar la semana pasada la clasificación a la Euro de la selección escocesa 25 años después. Sin lugar a dudas, la mejor noticia de los últimos tiempos en lo que al balompié hace referencia. En esta casa, somos muy de los Tartan Terriers y más aún de su magnífica hinchada, la Tartan Army. Fijaos, si no, en las dos imágenes que acompañan este texto y que fueron compartidas en diferentes momentos en Northern Football. Viéndolas sólo cabe frotarse las manos pensando en la Eurocopa, que – si no hay novedad – se disputará el verano del año que viene.

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El Acta del Lunes. Tres notas luctuosas.

Hacía mucho que no escribía sobre fútbol en Cienfiebres. Me ha apetecido hoy, un lunes. Igual debería instaurarlo como costumbre. El Acta del Lunes. Tres o cuatro párrafos sobre una de mis fiebres más reconocibles. Algo así.

Tres cosillas traigo y las tres tienen un tono, digamos, luctuoso. Tres temas correspondientes a las tres fiebres que me han venido a la cabeza pensando en fútbol:

Ayer falleció Ray Clemence quien fuera portero del Liverpool FC durante 14 campañas. Jugó también en el Tottenham. Cuando visitó Anfield con los Spurs se dice que obtuvo la mayor muestra de cariño que nunca haya tributado la hinchada red a un jugador visitante. Esta historia la contó ayer El Zurdo, aka Aitor Cortázar. Y así decidí compartirla en Northern Football*. Aitor compartió un vídeo con el espectacular recibimiento del Kop. El de arriba. Pone la piel de gallina. Descanse en paz.

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John Barnes

Espero que mi querido Holden me perdone por copiarle (otra vez) el formato de título de su Crónica Deportiva Sentimental, esto es, usar el nombre y apellido de un deportista para el encabezamiento. Además de ello espero que tampoco le importe que le utilice para introducir este artículo a partir de una anécdota virtual (porque se produjo en esa especie de patio de vecinas en el que, afortunada o desgraciadamente, interactuamos todos tan a menudo hoy en día, es decir, Facebook) en la que él fue coprotagonista.

El caso es que hace casi tres años me leí «El ruido del tiempo» de Julian Barnes, libro, por cierto, que me encantó y que recomiendo encarecidamente. Como de costumbre, acudí a la mencionada red social a compartir con mis amigos y amigas lo que me había parecido dicha lectura (ejercicio de exhibicionismo con el que, de verdad, mi idea es sólo generar tertulia en torno a libros o discos aún a riesgo de parecer estar tirándome el moco) y en estas, el bueno de Fiasco sacó a colación en los comentarios el nombre de John Barnes. Yo pensé que se refería al hermano del autor en cuestión ya que sobre él iba el hilo, pero en realidad se estaba refiriendo al atacante inglés que militó en el Liverpool FC a finales de la década de los 80 y en la de los 90 del siglo pasado.

John Barnes fue uno de los grandes responsables de que el Liverpool consiguiese su última liga – hasta esta semana – hace treinta años. Yo que me suelo jactar de ser aficionado del conjunto red, no reparé en este futbolista cuando debería haber sido una referencia mucho más obvia que la del hermano del escritor en dicha tertulia, máxime cuando el amigo Holden me decía que TAMBIÉN sería fan de este Barnes. Vaya mierda de hincha. Confieso que me sentí ridículo.

El caso es que cuando el conjunto de Anfield se hizo con el título en la temporada 1989-90, yo tenía 12 años. No recuerdo en qué andaría yo entonces, pero tengo claro que atento a las evoluciones de la liga inglesa, no. Sexto de EGB, uf… ¿Caballeros del Zodiaco sería mi gran fiebre? De aquel curso tengo recuerdos difusos; creo que era cuando me las tenía que dar de jevi con una sudadera de LA Guns porque todos mis amigos lo eran; creo que fue el año en el que Luisito intentó masturbarse en plena clase, debajo del pupitre, le pillaron y le cayó una buena; en fin, como para andar reparando yo en John Barnes y compañía frente a Seiya de Pegaso o preadolescentes pajilleros.

Claro que Barnes vistió la camiseta red hasta el año 97, ojo. Ahí ya iba teniendo uno una edad. Pero haciendo un ejercicio de revisionismo personal, no consigo distinguir tampoco en aquellos años la fiebre por el Liverpool. Sí recuerdo, a nivel futbolístico, que en el colegio, en la EGB, yo era, atención, aficionado al Athletic. Luego en BUP, 1º y 2º, la fiebre del Dream Team de Cruyff me voló la cabeza y me convertí en un irredento culé, lo admito. Luego, también en 2º, algo cambió respecto a mi relación con el Barakaldo CF, que pasó de ser la anécdota en forma de invitación que el entrenador de futbito nos daba para ir a Lasesarre a una enfermedad que, además, con el tiempo, sepultó al resto de equipos, más allá de que mantuviese y mantenga mis simpatías y antipatías por unos u otros.

Por tanto, una vez más: ¿y el Liverpool? Pues no lo sé. Hace casi cuatro años ya os conté en un texto titulado Brit Football Fever las raíces de mi gusto por el fútbol que se práctica en Inglaterra. Razones de carácter más sentimental, digamos, y otras más comúnmente aceptadas por el gran público. Centrándonos en este caso en el magnetismo que me llevó hasta el club del Mersey, no sé. En el artículo que menciono, el de la fiebre por el fútbol inglés, cito la carpeta de mi hermano Pedro decorada con fotografías de sus héroes futboleros británicos y en ella una foto de Ian Rush de red. Ahí puede haber una pista. Luego quiero pensar en cómo me pudo afectar la tragedia de Hillsborough. A mí esos dramones me sacudían de pequeño. Me estoy acordando ahora de una carta que escribí en catequesis sobre el atentado de Hipercor y, madre mía, pobre niño aquel, totalmente impactado. Pues, partiendo de ello, quiero pensar que algún poso me dejarían las imágenes de los hinchas del Liverpool aplastados en las vallas del estadio de Sheffield, poso que pudo mutar a empatía y simpatía, pues, por este club.

Y luego, pues no sé; las siempre impresionantes imágenes del Kop de Anfield; la sensación como de exotismo que me producía ver que jugadores como Sammy Lee o John Aldridge que, no sé por qué, me flipaban, provenían del Liverpool; la contagiosa alegría del recientemente fallecido Michael Robinson y su militancia red; la imagen de Robbie Fowler celebrando de aquella forma aquel gol; la fiebre por la música que casi monopolizó mis cienfiebres de los 17 a los 22 y, entre otros, pues destacaba un grupo de Liverpool, o sea, el grupo de Liverpool; y no sé, ya con más consciencia y ya plenamente autoidentificado como seguidor red pues lo simpático que me caía Steve McManaman, la final de la UEFA contra el Alavés (¡maravilloso!), Xabi Alonso, Carragher, Milan Baros, el eterno capitán Steven Gerrard, la agónica final de Estambul, la de Madrid, Jürgen Klopp, claro…

Como buen cienfebrista, por tanto, una identidad conformada a partir de retazos, de pinceladas, sin profundizar en exceso en la historia ni obsesionarme en demasía, aderezado todo ello con una, de siempre, muy mala memoria. Si ahondase demasiado en cada una de mis fiebres, no me daría la vida. Por tanto, ¿cómo acordarme de John Barnes en aquella conversación sobre Julian Barnes?

También creo que una vez que tuve claro en mi fuero interno que mi equipo, mi único equipo, es el Barakaldo CF, necesitaba ser seguidor en segundo plano de otro que, de vez en cuando, me diese alegrías, lograse victorias, consiguiese títulos. Y, por lo descrito hasta ahora o por hache o por be o por ir de guay, yo qué sé, elegí al Liverpool. Y eso que, la verdad, tampoco es que hayan proliferado los títulos por Anfield, amén de Estambul, Dortmund y hasta la llegada de Klopp. De hecho, pues ya ven: treinta años hasta esta semana sin un título de liga. Primera vez que el Liverpool se alza con el entorchado casero desde que existe la Premier. Tres décadas desde que Barnes y compañía fuesen campeones.

En fin, ahora o de unos pocos años a esta parte todo es más fácil para centrarme de forma más seria en mi rol de hincha red, con acceso a toda la información que quiera, con la capacidad de ver los partidos (¿cómo se veían los partidos de la liga inglesa hace treinta años?, ¿os acordáis de lo maravillosas que eran las sobremesas de los sábados hace unos años cuando daban partidos de la Premier en La 2?) e incluso para viajar a la ciudad de Liverpool a ver un partido en Anfield.

Estoy seguro que dentro de 30 años seré capaz de recitar la alineación campeona de la temporada 2019-2020, esa extrañísima campaña que tuvo que interrumpirse y acabar sin hinchas en las gradas por una pandemia. Y estoy casi seguro que mi hijo Nicolás también será capaz de hacerlo porque a este sí que le he inoculado yo el virus, una afición de la que, de momento, no reniega. Y supongo que eso le permitirá no sentirse ridículo cuando alguien mencione al lateral izquierdo escocés de este año en una conversación sobre el posible inventor del periscopio.

Más pancartas que hinchas


Comentábamos no hace mucho, en tono jocoso, desde nuestro asiento en la tribuna Este de Lasesarre, que los jugadores de los equipos rivales que visitan el feudo barakaldés se han de asustar al saltar a calentar y ver unas gradas plagadas de pancartas. Temerán un ambiente encendidísimo, cientos, qué digo cientos, miles de gargantas arengando a sus futbolistas en pos de la victoria final. Esos temores desaparecerán cuando salgan a jugar y vean que, casi casi, hay más pancartas que aficionados.

Bromas aparte, ese comentario venía precedido de una tertulia en la que algunos compañeros socios se preguntaban dónde estaban los 4000 o 5000 aficionados extra que acudieron a Lasesarre en la reciente eliminatoria contra el Rayo Vallecano y que desaparecieron como por arte de magia una semana después al volver a la rutinaria jornada del grupo II de la 2ªB. Una duda fundamentada en la la certeza de que sí hay demanda de fútbol en Barakaldo pero que, por tanto, significa que un Barakaldo, qué sé yo, versus Leioa – con todos mis respetos por el equipo de la margen derecha – en una fría tarde de febrero no se considere digno de catalogarse como partido de balompié. Añadámosle a ello los consiguientes “ay, si todos los domingos hubiese el ambiente del día del Rayo otro gallo cantaría”, etcétera.

La pescadilla que se muerde la cola. Que haya más aficionados en las gradas es consecuencia directa, a mi modo de ver, de una determinada evolución deportiva. Esto es, a mayor prestigio del rival o de la competición, más hinchada; cuanto menos, pues menos peña. Cuanta más gente, más pasta que se ingresa, mejores plantillas que se confeccionan y más aliento notan los chavales. Y viceversa. Hay que recordar que cuando el Barakaldo jugaba en segunda división, allá por los 70, e incluso rondaba el ascenso a 1ª división, el antiguo Lasesarre acogía, como mínimo, 10.000 almas, como así me recordó en su día un ex jugador de aquel mítico equipo, en la entrevista que le hice para Histórico Barakaldo. En la medida que se descendió de categoría y no se producían éxitos deportivos, la afluencia de público al estadio gualdinegro fue descendiendo hasta llegar a la situación de que parece que hay más peñas que hinchas, por volver a la chanza inicial.

Podemos mencionar otros factores que influyen en esta situación: la diversificación de las ofertas de ocio, el valor espectáculo del fútbol actual, la pérdida de vinculación emocional con los equipos pequeños, la televisión y, en el caso concreto del Barakaldo y de Barakaldo, la presencia a escasos kilómetros de un equipo de la importancia del Athletic de Bilbao que, probablemente, tendrá en San Mamés un número de socios residentes en Barakaldo suficientes para llenar Lasesarre.

La cuestión, en cualquier caso, es qué se puede hacer para paliar este déficit de aficionados gualdinegros. Iniciativas se han intentado muchas desde las diferentes directivas que han pasado por el palco fabril desde que soy socio pero ninguna ha obtenido un impacto o una consolidación clara en este sentido por el factor, a mi modo de ver, deportivo. De hecho, antes que echar la culpa al pueblo, a la tele o al Athletic creo que hemos de recordar que demanda hay, que la gente ha respondido en los últimos playoff de ascenso o en la reciente eliminatoria de copa. El tema es que como de estos envites no se ha obtenido éxito pues los advenedizos han decidido retirarse hasta la próxima. Normal.

Yo admito que antes era de los que me molestaba esa actitud. Que me fastidiaba el hincha puntual que baja a un Barakaldo – Hércules por el ascenso pero no bajaba a Lasesarre a ver un Barakaldo – Peña Sport. Era de los que me apetecía decirle al señor o señora que me preguntaba por el resultado del Baraka cuando regresaba a casa tras un partido y me veía con la bufanda que si quería saberlo que bajase al campo, etcétera. Ya no. Puedo entenderlo. Quizá estoy perdiendo cierto romanticismo pero entiendo la situación y la considero lógica dentro del ámbito en que se desarrolla (el de la competición deportiva semi-profesional): si deportivamente no hay zanahoria, jodido que la gente – la masa – responda. Pero lo hace cuando hay incentivo y no creo que los frikis que bajamos los 19 partidos del año más no sé cuántos desplazamientos debamos recriminar esa actitud. Es más, creo que debemos acoger con los brazos abiertos a esos hinchas puntuales por si, quién sabe, se animan a bajar otro partido.

Y luego pues habrá que seguir explorando ideas e iniciativas para que la gente se vincule. Rastrear hechos diferenciales, que a la gente le mole ser del Baraka e ir a Lasesarre aunque se pierda, pero siendo conscientes de la complejidad del asunto. Organizar hamaiketakos, fiestas, conciertos previos al match, qué sé yo… Y mientras, los frikis, los socios, los peñistas tenemos que seguir como seguimos, apoyando como lo hacemos porque, aunque seamos pocos, yo creo que los jugadores lo (nos) notan o, al menos, eso suelen decir públicamente. Y que aprovechen para decir a sus rivales, en el calentamiento, que no saben la que les espera en ese campo plagado de pancartas.

Cosecha del 19. El fútbol.

Un año agridulce en clave gualdinegra. Positivo final deportivo de la temporada 18-19 con la clasificación al playoff cuando casi nadie dábamos un duro por esta posición en la tabla al principio de la misma. Y fiesta y participación en la promoción de ascenso frente a un histórico, el Hércules, y todo bien pese a la eliminación a las primeras de cambio.

Y negativo, todo negativo cuando sale a la palestra una ingente deuda del club a la seguridad social, que pone en riesgo la propia existencia del mismo, que desencadena en un concurso de acreedores. Un broche de oro, permítanme la ironía, para la gestión de una junta directiva que, desgraciadamente, no será recordada por sus méritos, si no más bien por todo lo contrario. Y a todo ello añadamos la decisión de los socios y socias del Barakaldo CF de convertir el club en SAD, proceso interrumpido por el mencionado cañón al que hay que hacer frente y porque la masa social no aprobó las cuentas del año pasado.

En fin, malos tiempos en clave amarilla y negra que tendremos que afrontar con la esperanza, qué remedio, de que la junta gestora actual, encabezada por Jesús Mª Isusi, a la postre impulsor de la (aplazada) transformación en SAD, sepa coordinar adecuadamente el club junto al juez que vigilará todos los movimientos del mismo. Tiempos en los que deportivamente el equipo da bandazos ilusionantes y deprimentes en liga y que próximamente nos va a brindar la oportunidad de hacer algo bonito en Copa si nos cargamos al Rayo Vallecano (domingo 12 de enero, 17:00, en Lasesarre), algo bonito que puede venir muy bien, además, para saldar deudas con la Seguridad Social. Veremos.

Tiempos de vino y rosas, sin embargo, si se tienen simpatías por el Liverpool. Los de Klopp están instalados en la ola buena casi desde que el alemán se convirtió en el inquilino del banquillo de Anfield. Esta tendencia alcanzó su cúspide el pasado 1 de junio cuando los reds derrotaron al Tottenham en la final de la Champions y se convirtieron en campeones de Europa por sexta vez. Además de ello, este 2019 ha logrado por primera vez el título de Campeón del Mundo de Clubes (antigua copa intercontinental, si no me equivoco), por no decir que, a estas alturas, son altísimas las posibilidades de que se hagan con el título de Liga treinta años después. Sólo una auténtica debacle en la segunda vuelta lo impediría.

Dicho lo cual, todo muy bien, muy bonito y muy guay, pero confesaré que el éxito ABURRE. Ahí es nada.

* Foto de Mireya López, correspondiente a la salida al campo del Barakaldo CF de la temporada 2018-19 en su duelo contra el Hércules en la primera eliminatoria del playoff de ascenso a 2ªA.