Diario Vacacional (¿post?) Pandémico. Cinco.

Es una caña: estamos cerca de Thalassa.

Hemos comprado palas para la playa. Unas palas con una salamandra impresa en ellas y la leyenda de Menorca. Creo que ha sido una sabia decisión. Ha provocado que la mañana haya sido más amena. También que hagamos deporte más allá de los conatos acuáticos. Que tiemble el triatleta del que os hablaba ayer, ya que con los ejercicios aeróbicos jugando a las palas, pronto me pongo a su nivel.

De hecho, hoy, mientras escribo esto, tengo agujetas. Y me digo que, al menos, son agujetas. Me explico. Ayer tuve un par de atisbos hipocondríacos que, por supuesto, paso a compartir:

  1. Pinchazo en rodilla derecha mientras, precisamente, jugaba a las palas. Es decir, en mi cabeza, rotura fibrilar importante, que conlleva pasar por el quirófano de urgencia, con el consiguiente ingreso en un hospital insular y la consecuente fase de rehabilitación en aguas termales menorquinas (oigan, visto así, no suena tan mal…)
  2. Quemazón solar importante en mis hombros, los cuales tengo rojos como un jugoso y maduro tomate. Obviamente, podemos proyectar desde ampollas sanguinolentas derivadas de las quemaduras hasta un cáncer de piel.
  3. Esta es la que más me ha rallado porque el afectado ha sido mi chiquillo pequeño. Jugando con él en el agua, se me ha resbalado y para evitar que cayera de cabeza desde mi altura, le he sujetado con fuerza y, al parecer, le he hecho daño en la zona pectoral. Telmo no suele ser un crío que se queje mucho, pero esta vez se ve que le he hecho daño y yo ya me he puesto en roturas de costillas, perforaciones pulmonares y demás. Ay, qué cruz la mía.

No tengo mucho más que contaros hoy, queridos lectores. Precisamente, hablando de leer, uno de los momentos más placenteros que obtuve ayer fue el de meterle un buen tute al libro que me he traído estas vacaciones. Aproveché para ello la siesta de Telmo (a la vez que me fijaba si respiraba bien) y que Ana y Nicolás estaban en la piscina. Asimismo, ya enganchado a su lectura, mi plan al salir de la habitación fue el de aprovechar que nuestras hamacas estaban a la sombra para seguir leyendo, sin levantarme de ese sitio más que para coger algún que otro refrigerio. O sea que, esa actitud deportiva que me había surgido al comprar las palas ya se ha ido al garete y, nada, que otro año sin hacer triatlones.

(Por cierto, para los curiosos, el libro en cuestión es ‘No digas nada’ de Patrick Radden Keefe, un voluminoso ejemplar de una aclamada especie de non fiction novel que relata el conflicto norirlandés y que, de momento, me está enfebreciendo)

En esos momentos de lectura, levantando la vista de las páginas, comprobé que Nicolás había hecho un par de amiguillos. Un crío y una cría (Hugo y Claudia) con los que pasó un rato francamente divertido. Apenas nos quedan dos días que espero comparta con ellos porque, como digo, se lo pasó muy bien. De hecho, creo que le hubiera venido guay haber tenido alguna amistad así desde unos días antes, pero, claro, esas cosas surgen o no, y nosotros no somos muy de forzar ese tipo de situaciones.

Claudia y Hugo, todo sea dicho de paso, son de Galicia. En un análisis demográfico de chichinabo tendente a clasificar las procedencias ibéricas de los residentes en el complejo menorquín, diría que los vascos y vascas ganamos por goleada, seguidos por nuestros hermanos cantábricos de Asturias, quizá luego una amplia colonia andaluza, así como de gallegos y catalanes. Si a partir de estos datos sin ningún tipo de base científica, ustedes son capaces de extraer algún tipo de lectura en clave sociológica y territorial, será un placer leerlos en el espacio destinado a los comentarios.

Hemos vuelto a jugar al billar. Les he vuelto a barrer. Ana les ha dicho a los críos que es que he ido mucho a los billares. Ojalá. Esa imagen de canallita fumando a saco en unos recreativos ochenteros, con cadena a modo de llavero y demás parafernalia quinqui, tiene su punto atractivo, pero no encaja para con mi persona o, al menos, con la generación a la que pertenezco, la cual sí que acudimos mucho a salas de juego, en las que por supuesto, abundaban los macarras, pero, no sé, era otro rollo respecto al concepto que yo tengo del espacio BILLARES.

(De nuevo para los más curiosos, la imagen que acompaña esta entrada es un azulejo que está junto a la puerta de entrada de una preciosa casa que está junto a la playa a la que vamos. Me ha llamado la atención desde el primer día, su grafismo, sus letras y el nombre, Thalassa, el cual me sonaba y para el que, finalmente, he tirado de Wikipedia)

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