
Este año los chiquillos están llevando mejor lo de ir a la playa. Ayer decidimos movernos un poco más y acercarnos a la de Cala’n Bosch y sólo protestaron 342 veces frente al casi medio millar del verano pasado. En nuestra anterior visita a dicho arenal, nos quedamos un poco así porque el agua estaba un poco revuelta y no la vimos al nivel de otras bellísimas calas de la isla. Ayer, en cambio, vivimos un stendhalazo al llegar por el Camí de Cavalls y sorprendernos con lo cristalino de sus aguas, la finura y lo blanco de su arena, los colores turquesa, etc… En fin, paradisíaco.
Pasamos buena parte de la mañana en Cala’n Bosch. Uno de los mayores entretenimientos que obtuvimos fue el de presenciar saltos de intrépidos e intrépidas jóvenes que desde los peñascos adyacentes a la playa demostraban su valentía saltando desde equis metros de altura a las preciosas aguas de la playa. Típica actividad que asocio a mozos oriundos del villorrio pesquero, rollo ritual de apareamiento con el que llamar la atención de la hembra, pero en el que, sin embargo, ayer tomaron parte cantidad de guiris.
Afortunadamente, nadie se partió la crisma y hubo algunos que se tiraban en plan rollo clavadista de Acapulco. Pasote. Nicolás y yo, desde el agua, haciendo el bobo, nos pusimos a retransmitir, cuales periodistas deportivos, los susodichos saltos y no debimos hacerlo mal a tenor de las sonrisas y atención que despertamos entre los bañistas que nos escuchaban.
También se despertaron en mí sudores fríos al ver en la arena a una vendedora ambulante de piña, coco y demás frutas estivales. Por qué, os preguntaréis. Porque me retrotrae a una anterior visita a esta isla, concretamente yo creo que fue en Cala’n Turqueta, en la que compré sendas rodajas de sandía y en el trayecto del vendedor a nuestra toalla, apenas unos metros, y con la habilidad manual y de manejo de mercancías que me caracteriza y que mis amigos y familiares conocen bien, acabé tirándolas a la arena antes de llegar a destino. Clásico momento luceñesco, vamos. El ambulante, al verlo, me cortó otras dos y me las regaló y sufrí de lo lindo hasta llevarlas a buen puerto. Fue gracioso, además, que, tras dejar la fruta a salvo con Ana y regresar para pagar al muchacho, éste, al ver que me acercaba de nuevo a él, exclamó con vehemencia gitana un «¿OTRA VEZ?», pensando que se me había caído de nuevo. En fin, recuerdos refrescantes y ridículos al ver a la chavala vendiendo fruta.
Hablando de ridículo… he bailado. Sí, amigos y amigas. Quizá llevado por el estupendo rato en Cala’n Bosch, al llegar a la piscina y comprobar que las monitoras y monitores convocaban a la chiquillada en la piscina pequeña a los bailes de todos los días, he acompañado a Telmo a dicha actividad y no sé cómo pero me he venido arriba. Obviamente, he tratado de seguir la coreografía que iba con la canción esa de ‘Tambor-tambor’ (desconozco el título y no me pidan que lo busque) y, evidentemente, ni he sido capaz de seguir el ritmo, ni los movimientos ni nada. Los dioses se olvidaron de mí al repartir las habilidades de baile y de transporte de fruta en playas. Supongo que, desde fuera, habrá sido un espectáculo lamentable. Si ya me advirtió en su día mi profesora de ‘Danza, expresión y dramatización’ (sí, amigos, me matriculé en dicha optativa porque era una María) que tengo menos ritmo que el tronco de un árbol. En fin, como decía mi querida madre, «para que querrá la zorra campanillas si no sabe tocarlas», versión santiagueña del «si no sabes torear pa’ qué te metes».
Hablando de santiagueño… hemos pasado buena parte de la tarde con los vecinos de barrio con los que hemos coincidido en el hotel (la familia materna de ella es del mismo pueblo de mis padres). La tertulia con ellos se ha producido al borde de la piscina grande de la que Nicolás prácticamente no ha salido. Él, David, viendo el estilo de natación de mi primogénito, ha procedido a darle algunas lecciones de estilo. Decisión que habrá tomado, supongo, al ver el mío a la hora de nadar. Tampoco debía andar yo cerca cuando los dioses adjudicaron esta capacidad. Tras sus consejos, le he preguntado si le mola nadar y tal y nos ha contado que hace triatlones. Su cuerpo esculpido, desde luego, corrobora esa afirmación. He asentido, le he dicho que qué guay y que vaya dureza, que en su día me dió por salir a correr y tal y todo mientras trataba de ocultar mi tolva y mientras pensaba en por qué no me dará a mí por salir a las mañanas en vez de estar aquí, dándole a la tecla, compartiendo chorradas.
En fin, la jornada ha finalizado con cine de verano para los críos. Cine de verano para los críos = café y copazo en tranquilidad. Y paseo sosegado hasta la playa. Y los chiquillos tan contentos. O sea, un win-win en toda regla. Hay que decir que les han cortado el final de la peli de forma flagrante. Quedarían unos 10 o 15 minutos de peli cuando una de las monitoras ha exclamado un «se acabóoooo, chicoooooos» y han parado el vídeo. Y los niños y niñas ahí, tan tranquilos. ¡Maldita sea! Ni una propuesta, ni un sólo conato de levantamiento popular ante tamaña injusticia… ¿y estos son los que han de pelear para sacar esta sociedad adelante? Si hasta he pensado yo en liderar una revuelta, pero luego he reflexionado y me he dicho que bastante ridículo he hecho a la mañana con el baile como para seguir poniendo en evidencia a mi familia.
Hasta aquí la jornada. ¡Ánimo! Ya sólo os/me quedan tres.