
La familia duerme derrengada. Tengo ordenador, terraza, wifi, alcohol, tabaco (sí, este año sí) y varias personas que me han pedido que comparta, como el verano pasado, anécdotas vacacionales desde este formato de diario. Responderé, con gusto, a esa demanda, aún con el temor a que se pierda cierta espontaneidad respecto a aquellas entradas .
Estas vacaciones repetimos destino y complejo turístico. Nos sentimos veteranos, nos desenvolvemos bien en el entorno. Miramos con cierta superioridad a los novicios en el convento. Se mantienen muchos de los camareros, de las animadoras, personal al que miramos con cierta complicidad (no correspondida, todo hay que decirlo) y, en definitiva, se repiten otros elementos que conformaron la historia del pasado estío, el de 2021, aunque aquel tuvo sus mascarillas, sus geles hidroalcohólicos y demás medidas preventivas ante el Covid que este año, en cambio, han desaparecido pese a que se supone que el virus sigue por ahí, desbocado. Estamos con la sensación de que es, por fin, el primer verano post-pandémico.
Esta vez no contamos con la inestimable presencia de Dani, Isa y Saioa, fuente de inspiración el pasado año, aunque, ojo, de nuevo, casualidades de la vida, nos hemos topado con otra pareja y su hija del barrio, cuya familia de ella, para más inri, es del pueblo de mis padres. No hay la misma confianza que yo tenía con Dani, pero bueno… todo se andará. O no. El caso es que ellos nos dan sopas con onda en cuanto a los galones a la veteranía en el hotel. Cinco veces ya que han estado aquí. Mucho que aprender de nuestros paisanos.
Otra diferencia respecto al año pasado es el importante número de turista foráneo. Supongo que ante la eliminación de las restricciones para volar a España o para salir de sus respectivos aeropuertos o lo que sea, pero el caso es que la presencia de italianos, franceses y, por supuesto, ingleses es importante. Este hecho genera, entre otras cosas, que nos tengamos que esforzar en identificar los escudos de ignotas camisetas de fútbol portadas por veraneantes británicos y en descifrar el sentido de los tatuajes que pueblan sus ya abrasadas pieles.
Este primer día hemos tenido que lidiar con un niño italiano de unos cuatro años. Éste le ha quitado sin contemplaciones una pelota a Telmo de sus manos. Telmo ha tratado de recuperarla, pero no ha podido y la diferencia idiomática ha dificultado la comunicación. El pequeño transalpino se ha aferrado a su nueva adquisición, ha protegido su botín con uñas y dientes y cuando hemos visto que Telmo no podía rescatar su juguete y se disgustaba y veíamos como el joven truhán trataba de llevarse la pelota hacia sus territorios, ahí decidimos intervenir. Ana se ha acercado al crío y de buenas maneras, pero arrancándole la pelota de las manos, la ha recuperado. No me ha parecido ver a sus padres o responsables cerca, pero no negaré que he temido encontrarme una cabeza de caballo en la cama de nuestra habitación.
Hablando de piratas: éstos lo llevan en la sangre, en la mirada. De hecho, lo noté cuando clavó sus pupilas azules en mis ojos; cuando le devolví una amable sonrisa y él me respondió con una mueca que decía «te voy a dar lo tuyo, fuckin’ spaniard«. Y empezó a dispararme, así, sin contemplaciones, con agresividad, poseído por el espíritu del Almirante Nelson en la batalla de Trafalgar. Una y otra vez, una y otra vez, sin parar, y Nicolás, sorprendido ante tan espontáneo y furibundo ataque, me pregunta: «pero, aita, ¿por qué te ataca así ese niño con la pistola de agua?». Y, consternado, no le supe responder.
Nos ha parecido que la calidad de la comida ha descendido un poco. Y eso que hoy había langostinos a la plancha. Madre mía, qué era eso. Platos y platos a rebosar del clásico marisco por doquier. No puedo asegurarlo, pero diría que, tras la comida y la cena de esta primera jornada, se ha exterminado a la población de estos crustáceos de la isla. Cabezas, bigotes, manchas en la ropa de los comensales, toallitas con olor a limón a tutiplén. Y sí, yo también me puse en la cola para que me echaran una ración de dicho manjar. Precisamente ahí, una chica, muy maja ella, un poco rollo choni, me pidió que le guardase el sitio para llevarle no sé qué a su bebé y me dijo que tuviese cuidado para que nadie le quitase el sitio en la tanda (sic). Desgraciadamente, no pude proteger su lugar ante la ingente avalancha de hombres y mujeres de todo tipo y condición que se apelotonaban con voracidad a llenar sus platos de estos decápodos con sal gorda. Salvada la marabunta, vi a la chica, le pedí discuplas haciéndole ver que perdí su sitio en la tanda para poner a salvo mi vida y ella me dijo que no pasaba nada, aunque me pareció percibir una mirada aviesa que indicaba que me guardase las espaldas.
Y nada, tras un paseo hasta las inmediaciones de la playa y después de que los niños hayan participado en un juego de pistas de temática pirata (por ahí andaría mi némesis de seis años que me embistió con saña esa misma tarde), destrozados por un cansado primer día, nos hemos ido a sobar que mañana (o sea, hoy) será otro día que, quizá, depare historietas que alimenten este diario.
Este año el Hotel se asemeja más a un Balneario del Imserso que a otra cosa. Bien hallados, Cienfiebres!