
Veo mis pies a través de las cristalinas aguas de la cala. No hay algas, la mar no está revuelta. Algunos pequeños peces. Arena finísima. Entorno espectacular, natural, bello, idílico.
Veo a otros bañistas. Piel dorada, cuerpos escultóricos, pelazos, trajes de baño impolutos y a la moda. Incluso aunque emerja alguna calvicie y alguna barriga, mantienen un halo de cierta clase, no desentonan en ese entorno.
Veo las escasas edificaciones circundantes. Casas bajas, con amplios jardines y enormes ventanales orientados al océano. Bonitas bicis aparcadas en la entrada. Un precioso labrador de pelaje blanquecino retoza junto a la piscina.
Me sobreviene un fragmento de la canción “Siempre brilla el sol” de Guille Milkyway:
Y todas las mañanas (voy a salir)
A ver si me haces caso (y quieres venir)
A pasear en bicicleta, por el pueblo,
El mar es tan bello desde allí…
Veremos las barcas,
Que durante el verano descansan
Y dejan paso a los chicos que hacen surf con frenesí…
Me gusta ver mis pies entre el agua cristalina, la gente guapa, las bonitas casas de verano y la canción de La Casa Azul. Me gusta verme aquí, pero no puedo evitar que me invada una sensación como de que, en realidad, no formo parte de todo esto, que este no es mi verano, que este no era mi verano. Mi verano era, fue otro. Nuestro verano. El verano de las ratas.
Veo un autobús atestado hasta los topes, en el que huele a sudor, a tarteras con tortilla, a botellas gigantes de refrescos gaseosos. Niños gritando, adolescentes con acné, viejos con hamacas y camiseta Abanderado estilo Imperio. Riñoneras de cuero y bañadores cantosos. Media hora o más de viaje.
Veo una bandera roja. Agua revuelta, sucia, espumosa. Cielo plomizo. Playa grande. Algas, maderas, botellas de plástico. Un parking lleno. Radio cassettes portátiles con música bakaladera o jevi o de rock urbano. Litronas. Miradas desafiantes entre cuadrillas. Barrigas. Calvas.
Veo altísimas chimeneas. Humo. Mal olor. Arena tiznada de residuos de coque o lo que sea que sale de la refinería. Piel oscurecida que vuelve a su color natural cuando te duchas al volver a casa, tras otro largo viaje en autobús en el que los olores se han intensificado.
Me sobreviene un fragmento de la canción “Ratas en Bizkaia” de Eskorbuto:
Somos ratas en Bizkaia
Somos ratas contaminadas
Y vivimos en un pueblo
Que naufraga, que naufraga, fraga, fraga
No me gusta el autobús, ni las nubes negras en verano, ni el moreno desapareciendo de la piel por el desagüe de la bañera. No me gusta todo eso, pero no puedo evitar vivirlo como propio, sentir que ese era mi verano, nuestro verano, el verano de las ratas.