“Cambiar cómo hablamos es cambiar quiénes somos”.

Me he leído el libro «Antisocial. La extrema derecha y la libertad de expresión en internet», del periodista de New Yorker Andrew Marantz y editado por Capitán Swing. Me ha gustado mucho. Un ensayo periodístico muy interesante que propone un recorrido que parte de la tecnoutopía y la ingenuidad de los precursores de los medios sociales, que acaba degenerando en herramientas que comparten todo lo que genere emociones activadoras e interacciones (lo que da pasta), hecho que aprovechan muy bien determinados grupúsculos para vender sus hediondos discursos y que acaba con consecuencias que tienen su repercusión en la vida real (Trump, por ejemplo). También Marantz señala alguna que otra clave para luchar contra esto, fundamentándose principalmente en la máxima que da título a este post y que también encabeza la reseña que he realizado (mucho más extensa) en EducaBlog y que, obviamente, os invito a leer en este enlace.

Por lo demás, sirva esta entrada, además de para promocionar dicho artículo en nuestro blog sobre Educación Social, para complementarlo con fragmentos o citas subrayadas en Antisocial y que no he incluido en la reseña de EducaBlog, pero que, sin embargo, me parecen lo suficientemente interesantes como para compartirlas también con la audiencia de cienfiebres.com. Las comparto, eso sí, de forma literal, sin comentarios adyacentes por mi parte.

No me costaba imaginar cómo algo, cualquier cosa – un gorila muerto, una cámara de gas, unas elecciones presidenciales, un principio moral – podría terminar convertido en una ocurrencia más de internet.

La Primera Enmienda protegía el derecho de esa minoría a hablar, pero durante mucho tiempo pareció como si la mayoría no estuviera inclinada a escucharlos.

De los Deplorables me indignaban muchas cosas, pero una de las más irritantes era que me obligaban a pensar como un cómplice del sistema.

Históricamente, antiguos presidentes de los Estados Unidos han llegado a pagar a panfletistas para difamar a sus rivales políticos. Por ello, en el siglo XXI, lo único sorprendente de la propaganda política tóxica es que haya quien todavía la encuentre sorprendente.

Los nuevos medios dinámicos sobre los que hoy debatimos tendrán un inmenso impacto transformador en la sociedad, similar al que tuvo la imprenta – afirmó Kay – Pero hay que tener mucho cuidado con el diseño y la educación para que el cambio sea positivo.

Desde el punto de vista de la competencia empresarial, lo único importante del contenido en Internet no es que sea verdadero o falso, responsable o imprudente, social o antisocial… lo único que importa es cuántas emociones activadoras es capaz de generar (clickbait)

Los rumores falsos de Facebook provocaban más emociones de alta estimulación que las noticias reales. Las noticias falsas eran más virales.

Tienen datos para saber qué es lo que queremos mejor que nosotros mismos.

«Construyo herramientas. Cómo emplea la gente esas herramientas no es asunto mío».

Los medios de comunicación sociales son una fuerza democratizadora. No obstante, aun cuando los medios de comunicación sociales daban voz a los que no la tenían, la amplitud nunca se distribuía de forma equitativa. En una democracia perfecta, cada persona tiene un voto. En un mundo de temas de actualidad, tendencias y bucles de retroalimentación algorítmica, una representación equitativa no sólo es imposible: ni siquiera es el objetivo.

Lo que la gente ve en sus redes sociales afecta a sus “experiencias vividas”. Esto es así gracias, por ejemplo, a investigaciones que ha hecho Facebook. Ingenieros de esta empresa manipulaba sus feeds: a unos usuarios les mostraban más contenidos emocionalmente positivos y a otros más negativos. Los usuarios con feeds más felices, más felices eran. Y viceversa. Contagio emocional a escala masiva.

Absolutismo de la libertad de expresión: si una plataforma universal para el discurso humano se viera invadida por propaganda nazi, ¿cómo afectaría al discurso humano?

“Internet comenzó como un bastión para la libertad de expresión. Pero el equilibrio es cada vez más difícil. Los troles van ganando”.

El propósito de postear mierda, más allá de provocar, parecía ser insensibilizar a los oyentes: decir lo indecible una y otra vez hasta que que el siniestro odio llegara a parecer una cosa más de Internet.

Resulta tentador pero es demasiado simplista imaginar que la manera de acabar con el racismo es identificar a los racistas, avergonzarlos en Twitter, golpearlos en la calle. En algunos casos, eso puede ser esclarecedor, puede producir una victoria temporal o un momento de catarsis, pero no aborda las causas de la aflicción. Lo que necesitamos, y de forma urgente, es un nuevo vocabulario moral.

En griego, catarsis significa «purificación» o «purga»: invoca la bilis para deshacerte de ella.

Redes sociales: de la veneración generalizada a la furia viral.

Respecto a libertad de expresión: pensar antes de hablar no es represión y la desaprobación no es censura.

Cambiar cómo hablamos es cambiar quiénes somos.

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