Involuntarios protagonistas en estos últimos días de FIEBRE, de pandemia. Han sido objeto de discusión, de debate por la conveniencia o no de que salgan a la calle como primer paso en ese neologismo llamado desescalada. El vértigo, el miedo que produce un repunte de infectados habida cuenta de los sufrimientos padecidos hasta ahora, chocan con las especiales características que hacen acreedoras a las niñas y niños a salir a dar un paseo de una hora acompañadas de un adulto. Se puede entender ese miedo, por supuesto, del mismo modo que se debe admitir la advertencia de pediatras, psicólogos infantiles y demás expertos en materia infanto-juvenil de que las consecuencias del confinamiento pueden ser mayores en los y las menores y que dichas salidas son más que recomendables.
Ahora, vale, toca apelar a la responsabilidad de madres y padres. De igual modo que, en su día, tocaría apelar a la responsabilidad de paseantes de perros, a la de los clientes de los super y los estancos, de las trabajadoras en curros esenciales y a todo aquel que, por hache o por be, tuviese autorización para salir a la calle. Lo que no recuerdo (y admito que igual esto puede deberse a una distorsión surgida por mi subjetividad por ser padre de dos niños e incluso por mi perfil profesional) es que se generase tanto debate al respecto.
Supongo que precisamente por mi experiencia laboral, me acuerdo especialmente de los críos y crías que pueden estar en situaciones de especial vulnerabilidad; desde los que viven en infra vivienda hasta los que conviven en entornos de desprotección o de violencia, pasando por la chavalería de los centros de menores y demás. Si todos los niños precisan de un cuidado y una atención especial en un momento como el que vivimos, ese perfil de críos aún más. Esto me lleva a pensar en mi curro actual, más vinculado a la educación más «formal» y a pensar en las brechas que el acceso a una conexión puede generar en determinados entornos, en algunos colegios. Toca a las administraciones tratar de reducir esa brecha, entendiendo, eso sí, las dificultades para conseguirlo.
Al mismo tiempo, respecto al debate del final de curso, de repetir o no repetir, de cómo evaluar… no sé. Me parece que hay que fijarse más en estos momentos en otras cosas que en haber alcanzado determinado nivel de aprendizaje académico. Considero que es momento de reforzar actitudes y de estrechar lazos de carácter más afectivo. Sé que esto suena muy bonito y naif y tal y que luego la realidad se impondrá de forma que puede que vuelva a marcar diferencias entre países, comunidades, entre unos alumnos y otros y demás, pero, no sé, creo que esta es una situación tan especial que me resulta hasta incómodo estar pensando en resultados de la chavalada más que en otros aspectos de la misma. En fin, quiero pensar que el profesorado sabrá valorar en su justa medida a los alumnos en este contexto. Otra cosa es ver cómo les dejan evaluar o ejercer su labor docente.
Por último, otra reflexión de chichinabo (como las escritas hasta aquí) que me surgió casi al principio de LA FIEBRE. Fíjense, aún siendo consciente de lo pesado de estar todo el día encerrado en casa, de todo lo negativo que se puede asociar al confinamiento, quiero pensar que, en general, a muchos niños y niñas esto de estar encerrados en casa con sus padres les va a venir bien. Tengo claro que vivimos en una época y en un modelo social en el que a los niños les ha faltado tiempo de convivencia con los padres; el curro, las actividades extraescolares, las actividades personales y necesarias de los propios progenitores, etc… han impedido disponer de tiempo de convivencia familiar y si algo aprendí de mis años como educador familiar es que los niños necesitan la presencia de sus padres a nivel cuantitativo. Necesitan estar con ellos y ellas tiempo, mucho tiempo. Bueno, pues ahora ha surgido la oportunidad, aunque desgraciadamente haya sido por lo que ha sido, de ello. Vale que habrá madres y padres que aún así puede que no ejerzan una convivencia adecuada, pero la certeza de que están ahí para muchos niños puede ser hasta valiosa (y estoy generalizando sin entrar en excepcionalidades vinculadas a desprotección, maltrato y situaciones así)
Bueno, hasta aquí esta perorata fruto del insomnio. Me he despertado demasiado pronto y me ha apetecido compartir estas ideas que me rondaban la cabeza para contestar a Helen Lovejoy, a sabiendas de que, como decía al principio, no soy el único que, últimamente, ha pensado en los niños. Y lo qu te rondaré morena. Habrá que ver todo lo que surge próximamente habida cuenta de que en poco más de hora y media, las criaturas podrán pisar la calle. Veremos.
Hoy, con todo, y en base a lo escrito aquí, quiero acordarme de esos compañeros y compañeras de gremio que han currado, curran y seguirán currando por proteger a las niñas y niños más vulnerables en multitud de recursos de protección. Especialmente personifico el homenaje en mi amigo Asier (educador social en un piso de menores) haciéndolo extensible a todo el colectivo.
Barakaldo, 26 de abril de 2020.