LA FIEBRE. El miedo al virus y al Ratoncito Pérez.

Mi primogénito es de los pocos niños que conozco a los que le aterra el Ratoncito Pérez. De hecho, creo que es el único. Le asusta que un roedor entre en su habitación y se meta entre sus sábanas para dejarle un regalo bajo la almohada. Visto así, su miedo tiene cierta lógica.

Por ahora, sólo se le han caído dos dientes. En ambos ha sido dramático. Pobre. Ha estado muy asustado y nervioso. Hace escasos días, poco antes de que se le cayese el segundo, ante los mensajes que tanto su madre como yo le lanzábamos para tratar de tranquilizarlo, el crío nos pidió que dejásemos de hablar del diente. Nos lo pedía porque, de esa forma, si no se mencionaba, no se acordaba de él y, por lo tanto, es como si no existiese y, en definitiva, el miedo se atenuaba.

Yo soy muy infantil. Creo que siempre lo he sido. De hecho, me suelo jactar de ello. Me parece bonito, no sé, frente a quienes suelen asociarlo a algo negativo. Yo soy muy infantil y miedoso. Estos días tanto mi infantilismo como mi miedo afloran a base de bien. Entiendo que también tiene cierta lógica. Como mi hijo, yo también, por momentos, trato de evitar mencionar al bicho; intento no abrir determinados enlaces, no poner la radio a las mañanas o el telediario a las noches. Porque tengo miedo, porque estoy cagado. Y sino lo hago presente lo atenuo un poco. Soy plenamente consciente de que es absurdo este comportamiento y puede que hasta contraproducente, pero, no sé, me sale gestionarlo así.

Estamos cagados. Creo que el miedo entre el resto de la gente se percibe y la gestión del mismo aflora de otros modos. Una forma muy evidente y que se está poniendo de manifiesto estas jornadas es la de buscar culpables. Ante la incapacidad de asumir la incertidumbre que toda esta situación genera, muchos optan por buscar un chivo expiatorio. En las antiguas pandemias, en la Peste Negra del siglo XIV, por ejemplo, creo recordar que se culpó a los judíos. Se les culpó y se les persiguió. Ahora nuestros judíos (supongo que con razón) son nuestros dirigentes. Pero también – y esto me preocupa un poco más – hay gente que se está convirtiendo en chivata, en delatora, en inquisidores desde el balcón o la ventana. Es la forma, en definitiva, que tienen otros de tratar de mitigar el miedo. Porque estamos cagados.

Esa expresión, la de que estamos cagados, la ha empleado un tal Carlos Barea (primero se lo atribuyeron al actor bilbaíno Ramón Barea pero él mismo salió a desmentirlo) en las redes sociales en una reflexión que, personalmente, me ha parecido de lo mejor que he leído en estos días. Venía a hacer hincapié en que esta vez nos ha tocado a nosotros, norte del mundo, no gays, no drogatas, no no sé qué… y que no estamos muy preparados para hacer frente a una situación así. Lo he ultraresumido pero os recomiendo que lo busquéis y lo leáis si no lo habéis hecho ya. Supongo que no costará mucho encontrarlo.

Volviendo al miedo (si es que alguna vez lo hemos abandonado) y por ir acabando, vuelvo a admitir que, en mi caso, por mucho que quiera jugar al escondite con él va a ser inevitable que me atrape, máxime en días como estos últimos en los que, desgraciadamente, el puto virus ha vuelto a golpear cerca. Ya está, lo asumo, ven a mí, miedo, no puedo evitarte.

Dicho lo cual, no quiero terminar sin mandar todas las fuerzas del mundo a mi amigo Jon. ¡Vamos, Jonny! Y mandar un guiño a Jorge y decirle gracias y que sí, que lo he escrito a mano, en papel pero a boli.

PD: acabo de decidir que, mientras dure este serial (espero que sea poco si eso significa que esta puta mierda pasa pronto), todos los artículos irán dedicados.

Barakaldo, 26 de marzo de 2020.

* Imagen vía Paredes que Hablan

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s