“La pasión es el olvido de uno mismo y usted no tiene otra preocupación que la de enriquecer su espíritu”. (La Montaña Mágica, de Thomas Mann)
Si la memoria no me falla, quien así se dirige a Hans Castorp, protagonista de la excelsa La Montaña Mágica, es Mynheer Peeperkorn, el hedonista personaje llegado casi al final del libro al sanatorio Berghof y que cautiva al joven Castorp.
La cuestión es que al leer ese breve fragmento, yo me sentí interpelado. Creo que define muy bien a un Cienfiebres. Un Cienfiebres no es alguien apasionado, aunque pueda parecerlo, aunque pueda sentir entusiasmo por cualquier cosa. Alguien apasionado es quien se vuelca totalmente en algo, quien se obsesiona con algo. Eso es demasiado para un Cienfiebres. Un Cienfiebres no profundiza, sino que se queda en la superficie, aunque no lo parezca.
Un Cienfiebres, volviendo a la frase de Peeperkorn, no se olvida de uno mismo. Un Cienfiebres es un tanto ególatra. Y no sé si suena grandilocuente y demasiado abstracto lo de enriquecer el espíritu, pero, en cierta forma, también lo compro.
Enriquecerse de experiencias, de relaciones, de actividades, de hobbies… si todo eso, entre otras cosas, conlleva el enriquecimiento espiritual, pues eso, que la alusión de Peeperkorn es perfecta.
De hecho, para quien haya leído La Montaña Mágica, resulta evidente que Hans Castorp es un Cienfiebres. Enseguida se suma, con reservas iniciales pero sin ambages a la peculiar vida de allá arriba. Se acostumbra y se adapta a la misma erigiéndose, con el tiempo (ese gran tema en la novela de Mann), en un veterano y experimentado paciente. Por si fuera poco, Castorp se adapta a un ambiente, a priori rutinario, gracias a enfebrecerse con diferentes temáticas: filosóficas, médicas, amatorias, naturalistas, deportivas, musicales… sin profundizar, creo yo, sin apasionarse en ninguna, aunque pueda parecerlo.
En fin, esta interpretación mía, esta analogía que establezco del gran personaje de Mann conmigo mismo puede resultar a quien esté leyendo ésto hasta un tanto patológica, pero no puedo evitar confesar que lo he sentido así y que el fragmento que encabeza esta entrada ha sido el detonante para escribir estas cuatro letras, para volver a darle al teclado en Cienfiebres y eso, tras casi cuatro meses sin hacerlo, no es moco de pavo.