El caso es que la opción no era ni mucho menos la más fácil. ¡Joder! ¡Deberían intentar leer los escritos de esa gente que se ha suicidado! Empezamos con Virgina Woolf, y conseguí leer como dos páginas de ese libro sobre un faro, pero lo que leí me bastó para saber por qué se había matado: se había matado porque no sabía hacerse entender.
Es Jess, mi personaje favorito de »En Picado» (Anagrama, 2006), última novela del británico Nick Hornby.
Este fragmento del monólogo de Jess me sirve para reflexionar un poco acerca de varias cuestiones, a saber:
El halo maldito que rodea a algunos escritores que atrae a los lectores. ¿Nos inspira más confianza el típico autor que vive solo, sin familia, que sufre problemas de alcoholismo y que, final y desgraciadamente, acaba pegándose un tiro en la sien?
¿Nos atraen los creadores que acaban suicidándose?, ¿creemos que vamos a encontrar en sus textos las claves que a nosotros nos sirvan para no acabar en una situación parecida?
¿Cuesta entender a estos narradores?, ¿entendemos sus mentes, sus almas o sus corazones, lugares de donde brota la prosa o la poesía madita que acaban plasmando?, ¿los vemos como un complicado y enrevesado bosque en el que la maleza impide ver la claridad y, por tanto, todo producto que surja de ahí será igual de enrevesado?
¿Nos acercamos a sus escritos por morbo?, ¿es todo una pantomima?, ¿no inspira más confianza un autor con una estructura de trabajo disciplinada y seria frente al caos de esos escritores malditos?
Pues estas son algunas de las cuestiones que me han surgido al leer la reflexión de Jess al acercarse a la literatura de autores fallecidos como consecuencia del suicidio. Por cierto, Jess inicia estas lecturas en el marco de su grupo de compañeros suicidas que pocas semanas antes han estado a punto de arrojarse de una azotea abajo.
* Este texto lo escribí en la Revista Literaria de la extinta editorial narrador.es en algún momento entre los años 2007 y 2011 o por ahí, no recuerdo bien.