A veces, de pequeño, para conciliar el sueño, no contaba ovejitas si no que me ponía a revisar cómo había llegado a equis pensamiento. A rebobinar para entender cómo se había producido la última imagen que emergía en la mente mientras daba vueltas entre las sábanas. No era una actividad que hiciese directamente con esa intención dormidera. Lo que ocurría es que, normalmente, esa última idea me turbaba y tenía que buscar una explicación y en dicha búsqueda es donde caía neque.
Los hijos de la menopausia. Esta frase surgió en la comida de año nuevo en casa. No es que me angustie ni nada por el estilo pero me hizo gracia y me dije que algún día tenía que escribir algo con ella o que sirviera de encabezamiento para cualquier desvarío.
Los hijos de la menopausia. Los niños y niñas nacidos cuando sus madres creen haber finalizado su etapa reproductiva. Las sorpresas. Los inesperados. No me turba, insisto, pero soy uno de ellos. Quizá por eso me resonó especialmente. Somos los que teníamos que llegar porque sí. Somos el gol en el tiempo de descuento.
No sé si hablábamos de mí. Comentamos las viandas que pusimos encima de la mesa. Loamos el vino, procedente de una bodega de La Rioja en la que habían invertido unos magnates rusos. De eso sí me acuerdo. Acontecimientos familiares venideros y no sé qué más. ¿Cuándo aparecieron los hijos de la menopausia?, ¿cuándo hablamos de mí, de los míos? Mejor aún, ¿por qué?
No consigo recordarlo pero empiezo a quedarme dormido. Sigue funcionando.
* Imagen vía mis Paredes que Hablan.