¡Viva la Involución!

Creo que me hallo en un momento de regresión evolutiva. No sé si llamarlo involución. Al menos en lo que a recientes escuchas musicales y comportamientos asociados a ello se refiere. Últimamente acudo a conciertos en bares minúsculos, bolos a los que tenía que haber ido con 17 años. Escucho maketas de grupos pequeños. Maketas que, hace, qué sé yo, 8 años, cuando conducía LFA, desdeñaba o no me preocupaba en escuchar. Incluso estilísticamente hablando, noto una cierta querencia a sonidos más rápidos, más sucios, más agresivos.

Esto le explicaba precisamente anoche a Andrés y Ana Sinclair al respecto del concierto que ofrecieron el martes en el Tubo y que, de forma muy somera, describí en mi entrada de diario de mi banda sonora correspondiente. La frontwoman de los Brand New Sinclairs aludió a la crisis de los 40. Puede ser. Me gustó el argumento. A unos les da por practicar surf, a otros por comprarse un coche clásico y a otros por tocar la guitarra eléctrica. A mí, mira por dónde, igual me ha dado por hacer y escuchar cosas que tenía que haber hecho hace veinte años. Aunque tenga 37.

De hecho, esa explicación le ofrecí a un sudoroso Patxi cuando salió del Cuervo y se mostró sorprendido porque yo, «que escucho mucha mariconada» (o algo así me dijo), hubiese aguantado todo el concierto que anoche dieron los Paniks en el mencionado garito. La crisis de los cuarenta. De puta madre. Pero, es más, Patxi: no sólo aguanté si no que me quedé con ganas de más. ¡Qué coño! Si hasta me compré el «Panik Piknik», un disco que me tenía que haber comprado en la post-adolescencia. O por ahí. La regresión. La involución.

Hablando de regresión, de involución… Creo que el espectáculo de los Paniks también fue un poco por ahí. Antropológicamente hablando incluso. Sí, claro que es rock, como celebraba Manu, pero es un rock que suena muy primitivo, muy salvaje. Es un espectáculo (sí, otra vez empleo la palabra) que tiene algo – mucho – de atávico, de ceremonial, de ancestral y de ritual que conecta al espectador con su yo bruto, con su yo animal. La vuelta al mono, joder. Eso sí que es una pedazo de involución… ¡Pues qué viva la involución, güei!

Y todo muy creíble. Sí. Creíble. Cuando Javi, Scout y yo (sí, Zebu, el otro era Scout) nos retirábamos a nuestros aposentos comentábamos que no era algo impostado. Comentábamos que el Rioja, cantante y guitarra de Paniks, al menos él, sufría una transformación muy evidente tocando y cantando los temas. Sus gritos, sus expresiones espasmódicas y demás comportamientos lo demostraban. Demostraban que él conectaba con un ser salvaje y que transmitía esa conexión a la gente que llenamos El Cuervo. Por supuesto, David, Zebu y Patxi (imposible que una persona tan flaca sude tanto) no se quedaban atrás y aupaban el rito con sus guitarrazos, contrabajazos y baquetazos. Todo creíble. Cero plástico. Todo en estado selvático, bravío. Un espectáculo digno de presenciar y de sentir.

Un refuerzo, en cierta, a mi propia regresión, a mi propia involución, aunque ésta, en realidad, sea más superficial o más temporal. Más de cienfiebres. O sea, que sí, que guay, que encantado de hacer el cafre, de retornar a cosas más propias de los 17 que de los 37, pero se me pasará, seguro. De momento, hoy ya no voy a ver a El Niño. ¿Veis?

Buenas tardes.

* En la imagen el vinilo que me compré ayer y que me tenía que haber comprado hace unos años. No sé cuántos.

Un comentario en “¡Viva la Involución!

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