Un guardabosques

El otro día conocí a un guardabosques. Llevaba el pelo largo. Lacio. Una camisa de cuadros. Y pendiente. Fumaba tabaco rubio y su coche era un todo terreno. No era muy hablador. También vestía jeans. Un guardabosques no dice vaqueros. Dice jeans. Tomaba café en la misma degustación que yo antes de subir a algún monte a hacer tareas de conservación o de prevención o lo que sea que hace un guardabosques. Desbrozar y cosas así.

No leía el periódico ni hablaba con nadie. Miraba al frente y bebía café, pensando. O no. En realidad, yo no conocí al guardabosques. Me dijeron que lo era. En realidad casi que no hacía falta que me lo dijeran. Creo que todos los guardabosques son así, como él. Yo me lo imaginaba, sin duda, así. Hay profesiones cuyos protagonistas sólo pueden ser de una forma. La de guardabosques es una de ellas.

Y los carniceros. Los carniceros también.

Conozco – esta vez sí – a varios carniceros. A dos. Tienen la cara rosada. Poco pelo. Y hablan mucho. La locuacidad de estos carniceros responderá, digo yo, al trato con su clientela. Con las mujeres. Los carniceros hacen reír a las mujeres. Los carniceros hacen reír a las mujeres con su mandil manchado de sangre. Hacen reír a las mujeres mientras manejan diferentes cuchillos y cortan vísceras de animales. O hacen carne picada.

Son gente agradable que trabaja con animales muertos. A veces van al matadero en su coche y escuchan las noticias de fútbol o música de Kiss FM. O de M80. Éxitos de los 70 y de los 80. Esto no lo sé seguro pero creo que tiene que ser así. Los carniceros son gente agradable que te recomienda qué carne llevar para ti y tu niño. Y le dicen bromas al niño con su cara redonda, sonriente y rosada. No me imagino a los carniceros de otra manera que no sea ésta. Ni a los guardabosques tampoco me los imagino de otra manera.

Hay profesiones en las que el perfil tiene que ser así. Guardabosques y carniceros.