– Carlos, tengo un trabajo para ti.
– Vale, José María, luego me paso por ahí y me dices en qué te puedo ayudar.
Carlos dejó sus tareas aparcadas un instante para colgar su flamante nuevo teléfono móvil tocando con el dedo índice de su mano derecha la pantalla que sujetaba con la mano izquierda. Tras ello, guardó el celular en el bolsillo lateral de su buzo, recogió sus aperos y se dirigió a los vestuarios en los que procedería a quitarse su ropa de trabajo para, según pensaba, acudir de una forma un poco más presentable al despacho del alcalde.
Carlos trabaja en el Ayuntamiento de su pueblo como coordinador de mantenimiento urbano, categoría de peón según su nómina. No podía quejarse. Su sueldo no estaba nada mal gracias a los complementos que se le asignaban y el horario era perfecto para poder estar con su familia después de cada jornada. Sus habilidades a la hora de realizar tareas manuales y su amistad, desde la tierna infancia, con José María y Tomás, políticos por los que sentía un gran aprecio, le habían propiciado un puesto tan bueno. Es por ello que cualquier favor que pudiese hacer a sus amigos lo haría sin pestañear.
Así, una vez Carlos hubo terminado de adecentarse, se dirigió al edificio de la casa consistorial y, ya en él, al área de alcaldía.
– Buenos días o casi tardes ya, Laura. ¿Puedes avisar a José de que estoy aquí? Me ha llamado hace un rato para decirme que quería verme.
– Buenos días, Carlos. Sí, claro, espera un segundo.
La secretaria del alcalde descolgó su teléfono y, tras pulsar un par de teclas, habló con el máximo regidor del pueblo.
– Sí, alcalde. Carlos ya está aquí… Vale, de acuerdo – colgó el auricular – Sí, Carlos, ya puedes pasar.
– Gracias guapa.
El coordinador de mantenimiento urbano del pueblo, categoría de peón según su nómina, tocó levemente sobre una puerta de madera de roble y, sin esperar respuesta, movió el pomo para entrar al despacho del alcalde, de José María, su amigo de la infancia.
– Hombre, Carlos. ¿Cómo va eso? – saludó el primer edil mientras se levantaba para saludar con un apretón de manos a su conciudadano.
– José, ¿qué tal? Bien, aquí, tirando… Hace un rato que acabo de venir de la rotonda de la gasolinera ya que nos avisaron de que un par de ladrillos del murillo que la rodea se habían desprendido. He ido a supervisarlo y tras comprobar que era cierto he mandado a los de la brigada para que fuesen a arreglarlo. Supongo que habrá sido por las lluvias del otro día.
– Bien, muy bien me parece. Pero siéntate, Carlos, por favor. Ya sabes que estás en tu casa.
– Gracias.
– Bueno, como te he dicho antes por teléfono (por cierto, no se te olvide cargar la factura del móvil nuevo al Ayuntamiento, ¿eh?), tengo un encargo o un, digamos, trabajillo que quería ofrecerte.
– Dime, José. Ya sabes que yo estoy para lo que me mandes.
– Verás, el caso es que, como sabes, el próximo 23 de mayo son las elecciones municipales y autonómicas y, como imaginarás, desde el partido ya se está trabajando a saco en prepararlas. Se cree que, este año sí, se puede sacar algo positivo, se puede ganar la presidencia de la comunidad.
– Sí.
– Bueno, pues el caso es que Tomás ha pensado en una chorrada para el día de la pegada de carteles, un acto o representación así como simbólica y tal, algo que conecte un poco con la militancia y les saque una sonrisa y, para hacerlo, ha o hemos pensado en ti.
– Bueno, vamos a ver de qué se trata, José.
– ¿Te acuerdas del pulpo Paul?
– ¿Cuál? ¿El que acertaba los pronósticos de los partidos del mundial que ganamos?
– El mismo. Pues bien, Tomás quiere que el día de la pegada de carteles, en Callao, te disfraces de él.
– ¿Y para qué coño quiere que me disfrace del pulpo Paul?
– Chico, no me digas. No sé si se le habrá ocurrido a Tomás o a alguno de sus asesores. El caso es que eso es lo que ha pedido y, claro, lo que quiere es que ante dos urnas, una con nuestra papeleta y otra con la del PP pues tú hagas la pantomima de imitar al animal y, obviamente, elegir la nuestra.
– Pero, ¿tú crees que eso le va a gustar a la gente, José María?
– Chico, yo qué sé. Me lo ha pedido Tomás y yo te lo pido a ti.
– Joder, qué ridículo, macho.
– Bueno, hombre, tampoco es para tanto. Ya buscaremos por ahí algún disfraz de pulpo que no sea muy bochornoso.
– Y lo tengo que hacer yo… ¿No hay nadie en el partido que se preste a hacerlo?
– Mira, Carlos… No sé si lo hay o no. El caso es que tanto Tomás como yo hemos pensado en ti. Y no te preocupes. Se te recompensará como es debido de la misma forma que se te recompensan otras muchas cosas que haces y que, por cierto, se te recompensan muy bien. Vamos, en ese sentido, no creo que tengas motivo de queja.
– No, si yo no…
– Pues, ale, vete haciéndote a la idea de que la noche en la que arranca oficialmente la campaña electoral vas a ser el pulpo Paul. Y ya que te pones, a ver si das la misma suerte que el pulpo del mundial le dio a España. A ver si ya de una vez ganamos las elecciones autonómicas, lo cual, como sabes, sería muy bueno para todos.
– No, si ahora sólo faltaba que si perdemos me echéis la culpa a mí.
– Jaja… Venga, a currar. Ale, cuando salgas le das a Laura tu talla para el disfraz y ella ya empezará a buscarte uno bien bonito.
La noche del 6 de mayo, la noche en que arrancaba la campaña electoral de los comicios municipales y autonómicos, Carlos, el coordinador de mantenimiento del Ayuntamiento, se disfrazó de pulpo. Se disfrazó de pulpo y con la mejor de sus sonrisas, hizo como que se tumbaba sobre una urna en la que se veía una papeleta con el logo del partido de sus amigos José María y Tomás. A Carlos se le daban muy bien los trabajos manuales, era un manitas pero como adivino no se acercaba ni por asomo a las cualidades del cefalópodo del mundial. Su partido, el partido en el que él también figuraba en la lista de cargos electos en el puesto 53, obtuvo los peores resultados de su historia en la región.