Me gusta mucho ir al fútbol porque supone mi espacio de la salvajería feliz, porque sé que todo lo que sucede ahí es una tontería. No tiene una importancia real, y, sin embargo, durante dos horas nada me importa ni me excita más que saber dónde terminará ese cuero inflado. Me emociona cuando todo el estadio canta al unísono, pero si lo pienso un minuto lamento que ya no gritemos por algo verdaderamente trascendental. No creo que nadie se olvide de reclamar nada por culpa del fútbol; simplemente ocurre que en esta era de desencanto no sabemos qué reclamar. De alguna manera, el fútbol se agota en sí mismo. Tiene un efecto como el del magnesio de las cámaras antiguas, un fogonazo.
El texto anterior pertenece al escritor argentino Martín Caparrós. Ayer, precisamente, compartí (y disfruté) con una entrevista que Caparrós concedió a La Vanguardia al respecto del que será su nuevo libro, «El Hambre», un ensayo de más de 600 páginas al respecto de lo que él considera la «metáfora más violenta de la desigualdad».
Lo que cuenta en la mencionada (y enlazada) pieza del diario catalán, me está empujando a comprarme esa obra. Creo que, además, según se relata, hay un trabajo importantísimo de campo, de reflexión, de investigación… en torno a ese drama que sacude a buena parte de la población mundial, una lacra a la que no estamos sabiendo (quizá porque no nos interesa a los que no padecemos hambre) poner remedio.
Pero es que, volviendo al fragmento que encabeza esta entrada (extraído del número 11 de la revista de fútbol Panenka), nunca nadie había explicado tan bien, de una forma tan meridianamente clara, lo que es el fútbol o, al menos, como yo entiendo que es el balompié desde el punto de vista del aficionado. Lo que es el fútbol, las emociones que genera y las consecuencias que implica. Y, por tanto, si Martín Caparrós lograr explicar tan maravillosamente algo tan sencillo y complicado como es el fútbol, he de confiar, a la fuerza, en que en «El Hambre» pueda hacer exactamente lo mismo. Una razón más, pues, para leerlo.
Buenos días.
Pingback: Egorecopilatorio febril. Enero de 2015. | 100 Fiebres