«Desfalleciendo (casi) por aquella visión, sin saber si me hallaba en un sitio tranquilo o en el valle del juicio final, fui presa del terror y apenas pude contener el llanto, y creí oir (¿o acaso oí?) la voz, y vi las visiones que habían acompañado mi niñez de novicio, mis primeras lecturas de los libros sagrados y las noches de meditación en el coro de Melk, y en el deliquio de mis sentidos debilísimos y debilitados oí una voz poderosa como de trompeta que decía «lo que vieres, escríbelo en un libro» (y es lo que ahora estoy haciendo)».
Sí. El de arriba es un fragmento extraído de las páginas de ‘El Nombre de la Rosa’ de Umberto Eco. Un extracto, por decirlo de alguna manera, de la primera parte de la Sexta del Primer Día de Adso y Guillermo en una misteriosa abadía, la cual cuenta con una de las bibliotecas más imponentes del mundo. El fragmento corresponde a la turbada exposición final de Adso de Melk tras acabar de descubrir-contemplar la portada de la iglesia de la abadía.
Eco describe durante casi seis páginas, a través de las palabras del novicio, una portada. Decir con todo lujo de detalles sería quedarse corto. Abruma, anega y ahoga. El escritor italiano se regodea en su capacidad para fotografiar de forma magistral la entrada al templo valiéndose de constantes referencias religiosas y amplios conocimientos arquitectónicos.
Realmente el lector (o, al menos, yo) comparte la sensación de Adso al contemplar lo que contempla. Y es que, efectivamente, lo contemplas. Se contempla, se ve y casi se toca. Dicen que una imagen vale más que mil palabras. La descripción de Eco en esas páginas no sé con cuántas palabras contará, pero ni el objetivo más preciso, ni la lente más eficaz, ni mil imágenes son capaces de retratarla igual, del mismo modo que ningún ojo humano, salvo el de un ser privilegiado, podría apreciar mejor lo aquí plasmado.
Después de muchos años desde que leyera la obra maestra de Eco, es ese capítulo titulado «Donde Adso admira la portada de la iglesia y Guillermo reencuentra a Ubertino da Cassale» el que recuerdo con mayor gozo. No creo recordar haber vuelto a leer una descripción como la que se halla en las primeras páginas de este episodio y, sinceramente, dudo que vuelva a hacerlo.
* Este artículo (aunque modificado) lo escribí un 24 de febrero de 2007 en el desaparecido blog de la desaparecida editorial Narradores, un sello que cofundé, en el que me involucré y que, desgraciadamente, no llegó a buen puerto. Gracias a los conocimientos técnicos de unos amigos, he podido recuperar el acceso a la mencionada bitácora para, poco a poco, ir leyendo las muchas entradas que en ella escribí desde 2006 hasta 2011 y volver a compartir, aunque editadas, algunas de ellas como es el caso de esta de hoy.
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